Durante las fechas navideñas las distribuidoras cesan algo en su empeño por hacer botar al espectador en su butaca a base de efectos de sonido chirriantes, borbotones de sangre y demás técnicas para provocar el susto de forma fácil. Vamos, que ante la avalancha de buenos sentimientos que supuestamente ya deberían haber empezado a respirarse a nuestro alrededor desde hace unas semanas, comenzando por la aparición de los primeros abetos iluminados, ahora mismo escasean los estrenos de cine de terror. Eso sí, nos espera un tipo distinto de espanto: ya están aquí, como todos los años en estas fechas tan señaladas (por los grandes almacenes, claro), las cintas que nos intentan convencer de lo maravillosa que es la Navidad y todos los símbolos relacionados con ella.
En Fred Claus –y un subtítulo tan largo como innecesario, por si algún despistado en nuestro país no sabe que va a entrar en el cine a ver una comedia navideña–, asistimos en su comienzo a las andanzas de Fred, que ha crecido a la sombra perpetua del santurrón de su hermano Nicolás y anda un poco resentido con el mundo. Intentando sacar adelante unos negocios visitará el Polo Norte, donde Santa Claus se encarga de elaborar los juguetes que llegan a todos los niños del globo. Allí Fred tendrá ocasión de echarle una mano a su hermano pequeño, que también acarrea unos cuantos problemas.
Los defectos de la película son tantos que nos faltaría espacio para enumerarlos, pero intentémoslo agrupándolos un poco. Comencemos por los actores: Vince Vaughn está insoportable, basando toda la comicidad de su personaje en su cháchara sin sentido, Paul Giamatti da bastante pena enfundado en su traje de gordo Santa Claus, y los secundarios de cierto renombre como Kevin Spacey, Rachel Weisz o Miranda Richardson no ofrecen interpretaciones creíbles.
En segundo lugar cabría hablar de la estridencia que predomina en prácticamente todos los aspectos del film: villancicos a todo volumen, colores chillones hasta donde alcanza la vista, personajes inaguantablemente verborreicos, efectos especiales excesivos... Quizá alguien que entre en la sala predispuesto a adorar la Navidad saldrá encantado, pero si el propósito es que los más reticentes hacia estas fiestas cambiemos de opinión, me temo que el tiro les saldrá por la culata.
Por último, dos horas de metraje se antojan obviamente exageradas para un producto de estas características, orquestado además por un David Dobkin (De boda en boda, Los rebeldes de Shanghai) que tampoco ofrecía demasiadas garantías a priori, y sustentado en un guión sin gracia alguna que sólo ha valido para que los actores participantes en este esperpento engrosen sus cuentas bancarias.