Me he quedado viendo todos los créditos finales de August Rush (El triunfo de un sueño) para ver si había algún agradecimiento al cantante Juan Pardo ya que el argumento de la cinta no es otra cosa que una puesta en imágenes de uno de sus mayores éxitos. Recordemos: Bravo por la música, siete notas mágicas, bravo por tener la comunicación. No es que la canción sea tremendamente compleja y pueda dar lugar a una adaptación cinemátográfica. Es que la película no va mucho más lejos de lo que cuenta esa canción en tres o cuatro minutos.
Evan Taylor (Freddie Highmore) es un niño que lleva sus algo más de 11 años en un orfanato. Sus compañeros lo tachan de tarado porque Evan permanece ensimismado mucho tiempo, dice que oye música por todas partes y hasta dice que oye a sus padres, probablemente muertos como los de la mayoría de los residentes de aquel lugar. Evan se escapa siguiendo los sonidos, la música de los objetos, hasta la gran ciudad. Sus padres están vivos. Él los siente. Los oye.
Con un reparto lleno de nombres en alza (Jonathan Rhys Meyers, Keri Russell) y de otros consagrados (Terrence Howard, Robin Williams) la directora Kirsten Sheridan no logra superar los clichés de cualquier melodrama que nos podemos encontrar los fines de semana al mediodía en las cadenas generalistas de nuestro país. Durante casi dos horas nos dedicamos a ver a tres personajes buscándose unos a otros en medio de situaciones pretendidamente emocionantes y archisabidas, llenas de frases grandilocuentes y vacías con un nexo común musical que, a fuerza de repetirse, se hace insoportable. El bueno de Highmore al que pudimos ver en Descubriendo nunca jamás (2004) y Charlie y la fábrica de chocolate (2005) se ve abocado a pasarse toda la película entre poner la cara de no enterarse de nada y la de estar tremendamente ilusionado al descubrir sus extraordinarias dotes musicales. Luego hay quien se extraña de que jóvenes estrellas como Freddie se den en la adolescencia a otras emociones más fuertes y prohibidas, pero es que el ejercicio que con los años va a tener que hacer al verse en esta película no lo supera con un tratamiento de psicoanálisis al uso.
Bienintencionada y blanda historia, destinada al público que en épocas como ésta busca una reconciliación con el mundo. Con esta cinta puede que lo consigan, lo que provocará que la repitan hasta la saciedad en nuestras televisiones al llegar cualquier época vacacional. Qué lejos quedan los tiempos en los que era gente como Frank Capra la que firmaba este tipo de productos.