Cuesta creer que, durante un cierto periodo temporal reciente, la industria del cine español no haya podido, no haya querido o directamente no se haya acordado de su potencial para crear comedias resultonas de regusto más o menos clásico. Sometidos al tirón en taquilla de la saga de Torrente o puntazos inexplicables como Fuga de cerebros o las adaptaciones de las novelas de Federico Moccia, así como a los habituales y megapromocionados Almodóvar o Amenábar –y poco más–, la deriva del cine patrio en los últimos lustros hacía presagiar lo peor.
Sin embargo, el desorbitado éxito de Ocho apellidos vascos ha hecho que de pronto la maquinaria del séptimo arte hispano se ponga a aprovechar el tirón –qué apropiado el título de Ahora o nunca, por cierto– y cada par de meses nos entregue un nuevo estreno que busca sumarse al carro de ese público que espera encontrarse en las salas de proyección con unas sensaciones parecidas a las que le provocó la cinta firmada por Emilio Martínez-Lázaro en 2014. Ahí quedan para constatarlo 3 bodas de más, Las ovejas no pierden el tren, La vida inesperada, Perdiendo el norte o Allí abajo (esta última en televisión)... por no hablar de la cantada secuela, ya en marcha, de aquel encuentro entre andaluz y vasca.
María Ripoll, que hasta ahora se había movido en unas coordenadas de cine indie, aparta la sensibilidad de Tu vida en 65’ o la más reciente Rastros de sándalo para ilustrar un guión de Jorge Lara y Francisco Roncal, fogueados principalmente en la comedia televisiva. Para más inri, la sensación de producto de encargo al que se ha sumado la realizadora catalana se deja entrever en su reparto, donde de nuevo los propios Dani Rovira y Clara Lago tienen un papel destacado, sin olvidar a una María Valverde que ya aparecía en alguno de los títulos comentados en el primer párrafo.
El principal problema de Ahora o nunca es que da la sensación de ir casi siempre a medio gas, ofreciéndonos una serie de situaciones que no son el colmo de la originalidad, y de las que además no sabe sacar el máximo partido –la pareja de consuegros formada por Jordi Sánchez y Joaquín Núñez apenas puede lucirse–, dejando a la vista de los espectadores más puntillosos las costuras del producto: que necesitamos secundarios con salero, pues ponme a Yolanda Ramos, aunque no venga muy a cuento; que hacen falta amigas de la protagonista que la arropen, pues mete a tres clichés con patas.... y así todo el rato.
De todos modos, no se puede negar la comercialidad del film, que llega diseñado para recaudar un buen dinero en taquilla. Además, resulta más atractivo a la vista que otras cintas del mismo percal: la planificación y el tratamiento de algunas escenas parecen de videoclip de lujo –o de anuncio de El Corte Inglés, ya puestos–, jugando con chocantes acciones en paralelo o unos rótulos resultones. La música de apoyo y las canciones de las que se echa mano también son resultonas, aunque a la postre ni su factura visual ni su banda sonar logran levantar un tramo final donde todos los tópicos de este tipo de películas se van sucediendo sin ton ni son, exactamente en el mismo orden que todos nos conocemos de memoria. Un entretenimiento vacuo, y ni siquiera especialmente divertido.