La primera incursión de Polley tras las cámaras se convierte en un relato conmovedor.
Resulta difícil creer que tras la emotiva madurez de Lejos de ella se esconda la mirada de una mujer que ni tan siquiera llega a la treintena. Sarah Polley, actriz debutante en la dirección con no pocas e interesantes películas en su haber (El dulce porvenir, Mi vida sin mí) ha puesto en práctica las lecciones de algunos cineastas con los que ha trabajado -el sentimentalismo de gente como Isabel Coixet, o la calma emocional que transmite Atom Egoyan con quien trabajó en El dulce porvenir- para adaptar en imágenes un pequeño relato salido de la pluma de Alice Munro acerca de los efectos provocados por la enfermedad de Alzheimer a un matrimonio con un largo recorrido por delante.
Incansable en la búsqueda de un estilo cercano al cine del gran Bergman, sin arrimarse del todo a la sobriedad que inunda gran parte de los personajes del maestro sueco, Sarah Polley compone en Lejos de ella una hermosa historia de amor donde la memoria ejerce un papel fundamental en la vida de Grant (Gordon Pinset, que curiosamente guarda un sorprendente parecido físico con Erland Josepshon protagonista de Saraband, último filme de Bergman) y Fiona (Julie Christie, inolvidable en cintas como Doctor Zivago) tras la aparición de la devastadora enfermedad en la figura de Fiona. En este instante la fragilidad en su eterno compromiso hace acto de presencia perturbando la apacibilidad del matrimonio, provocando obstáculos cada vez más insalvables en una relación de cincuenta años.
Decidida a explorar más allá del puro sentimentalismo, la ahora cineasta se abre camino en el mundo de la dirección con un proyecto sólidamente elaborado desde un guión que adaptado por ella misma a partir del relato de Alice Munro (que cayó en sus manos cuando venía de Islandia en avión) se une a un reparto en el que brilla con luz propia una Julie Christie, quien conserva su hermosura de manera envidiable a pesar de su avanzada edad.
El resto del filme navega sin exabruptos, coherente en su estilo hasta el final, motivo por el cual la primera incursión de Polley tras las cámaras se convierte en un conmovedor relato al que agradecemos no nos obligue a presenciar las escenas lacrimógenas que tanto se prodigan en películas de sobremesa.