Hace relativamente poco tiempo pasaba por la cartelera la primera aventura cinematográfica en solitario de Los pingüinos de Madagascar, y en nuestro comentario reseñábamos los parecidos entre la trama de dicha producción y la de Gru 2. También comentábamos en aquel texto algo que buena parte de las críticas se han preocupado por señalar tanto en esa cinta como en la que aquí nos ocupa: el hecho de que unos personajes que son excelentes secundarios en el tronco principal de sus respectivas franquicias –así como en sus cortometrajes y promociones diversas derivadas– no sean capaces de aguantar el peso de una película entera por sí solos.
Un poco hartos de este eterno debate –si aparecen poco en la “cinta madre” los espectadores y los plumillas exigen que tengan mayor minutaje en el futuro; si les das un film propio terminas por saturar, y la fastidias–, dejémoslo de lado para comentar que Los Minions despliega todos los recursos que ya conocíamos referentes a la personalidad y modus operandi de los personajes, expandiéndolos para rellenar hora y media de historia. Obviamente esto supone que acabemos atiborrados de bichejos amarillos correteando por la pantalla, pero pensemos que es meramente la culminación de la avalancha publicitaria que nos ha sepultado en el último mes con vistas a atraer gente a las salas donde se proyecta la cinta.
Por lo que respecta a los infantes, está claro que la película logrará contentarlos sin problemas, dándoles lo que ellos pedían: un despliegue de energía, imaginación visual, buenos gags, slapstick a raudales y momentos delirantes (esos bailes coreografiados son lo más). Al fin y al cabo, los propios Minions no dejan de ser una representación de cualquier grupo de niños pequeños al uso: hiperactivos, tiernos, descarados, desvalidos, gamberros... esos locos bajitos a los que dedicó Serrat una canción en 1981, en definitiva.
Los padres (y madres) de las criaturas que acudan al cine, sin embargo, serán más capaces de detectar lo desigual de la propuesta de la película, que peca de falta de ambición y se empeña en cerrarse en banda en torno a un esquema argumental demasiado simplista, aunque venga decorado con todos los detalles enriquecedores que acabamos de mencionar arriba, y pese a que tenga los suficientes momentos chispeantes como para que nos levantemos de la butaca pensando que nos hemos entretenido de lo lindo. En un análisis posterior es cuando la cosa naufraga sensiblemente, pero reconozcamos que hay momentos más que destacables entre el marasmo de sketches que nos han lanzado desde la pantalla. Obra menor, sí, pero logra sobradamente el objetivo de proporcionarnos un pasatiempo eficaz en esta época de calor sofocante.