Cuentos de Terramar es un prodigio de sentido narrativo, sensibilidad y animación creativa.
La animación estadounidense está siendo llevada por un fuerte viento de hiperrealismo que bebe sus fuentes en la afición a los videojuegos y en la tradición de superhéroes que alimentó sus cómics. En sentido contrario, un viento menos fuerte pero tenaz y más cálido proveniente de Japón, desliza cada cierto tiempo alguna película que es esperada con placer por algunos seguidores fieles. Las que ha dejado en los últimos años el Estudio Ghibli en las pantallas (ghibli es el viento caliente que sopla en el Sáhara) tienen una estética y temática tan singular, tan alejada de cualquier otra tendencia actual que forma un género en si mismo. Si bien pueden clasificarse como Anime, su insularidad merece un aparte.
Arren (espada) es un príncipe adolescente que asesina a su padre y roba su espada en tiempos en los que se percibe una gran inestabilidad en el mundo. Arren escapa, aturdido por lo que ha hecho y con un enorme sentimiento de culpa, que le hace incluso pensar en el suicidio. Está confuso, perdido. En su camino encuentra a Haitaka (gavilán) un mago que le presta ayuda y orientación y le explica cómo se está rompiendo el delicado equilibro que sostiene el mundo, cómo la sucesión lógica entre vida y muerte hacen de ambas algo necesario cuyo desperdicio es una irresponsabilidad. Arren también encontrará en su camino a Theru, una muchacha huidiza y huérfana con una marca facial que la hace inconfundible.
Hayao Miyazaki e Isao Takahata fundaron en 1985 los estudios Ghibli después de largos años de experiencia en la animación japonesa, cuyas obras son tan populares entre nosotros como las series Heidi o Marco. Miyazaki es considerado hoy día como el mejor director de animación de la historia. Olvidaos de Walt Disney. Miyazaki es un artista, se puede seguir su forma de pensar y su estilo en todas las películas en las que ha participado, desde las legendarias series mencionadas, pasando por los cortos que aún realiza, hasta llegar a sus galardonados últimos filmes: Porco Rosso (1992), La princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2001) y El castillo ambulante (2004). Miyazaki es ecologista, pacifista y feminista.
Miyazaki siempre quiso adaptar la serie de libros de Ursula K. Leguin, Terramar. Ésta se negó durante cierto tiempo, pero el éxito de los últimas cintas de Miyazaki (Oso de Oro en el Festival de Berlín, Óscar a la Mejor Película Extranjera) le hicieron aceptar. Hayao ya estaba ocupado en un nuevo filme y pasó el encargo a su hijo Goro. Aunque se habla de discrepancias durante el proceso creativo, el resultado no desmerece del que hubiera conseguido su progenitor, pues Cuentos de Terramar es un prodigio de sentido narrativo, sensibilidad y animación creativa.
Cuentos de Terramar no es una película para niños, algo que confunde mucho al público occidental con este tipo de productos y le hace perder casi todo su tirón respecto a la taquilla. Su temática es grave, habla de la vida y de la muerte, de la responsabilidad de nuestros actos frente al mundo que nos sostiene. Lejos de cruzadas absurdas contra el cambio climático o moralejas facilonas, la cultura japonesa tiene un componente de respeto hacia los demás seres que aquí nos resulta extraño y frío. Nunca encontraremos grandes tragedias personales lloradas o gritadas por sus protagonistas, ni grandes orgías de sentimientos en abrazos finales y reconciliaciones. Una simple mirada y el reconocimiento del otro mediante una leve reverencia es el mayor tributo que se le puede dedicar al prójimo pues significa comprensión y respeto hacia todo lo que hace y representa. Cuentos de Terramar no es más que una excelente representación de lo mejor de la cultura y mitología de Japón y también de la prodigiosa sensibilidad y creatividad de su autor e inspirador.