Pasa de un ritmo agresivo de video musical a un terreno baldío sin clara adscripción a un género.
¿Interesa realmente cazar a los criminales de guerra? Más allá de su función simbólica durante el conflicto bélico, una vez superada la atención mediática y desplazada esta hacia otro foco de interés ¿es realmente algo que preocupe mínimamente a las autoridades que dicen perseguirlos?
Esta es la pregunta que parece formular La Sombra del cazador, película dirigida y escrita por Richard Shepard, quien tras su éxito en The Matador (donde Pierce Brosnan se erigía en un infame y divertido asesino a sueldo) se ganó el derecho de llevar al cine la historia que había tras el artículo “What I Did in my summer vacation" (qué hice en mis vacaciones de verano). En el, se relataban las peripecias de cinco corresponsales de guerra que entre cervezas se decidieron a buscar a Radovan Karadicz con la ayuda de un policía serbio que les tomó por agentes de la CIA.
Cierto que a menudo la realidad es más poderosa que la ficción a la hora de concebir historias delirantes. Es una de las bases anunciadas al inicio del metraje con el “únicamente las partes más ridículas de esta historia son verdad”. Pero con todo, la ficción tiene sus propias reglas de formato. La más elemental de todas ellas quizá, no permitir que el espectador acabe repasando su agenda en la butaca, preguntándose cuántos minutos lleva emprisionado y sorprendiéndose de cómo el aburrimiento puede alterar la percepción del paso del tiempo.
La historia de La Sombra del Cazador, que se inicia con la presentación de dos impertérritos americanos -corresponsal y cámara-, que ven rota su unión cuando el primero de ellos pierde el norte en directo, pasa de un ritmo agresivo de video musical a un terreno baldío sin clara adscripción a un género (por momentos parece apuntar a la acción, luego a la comedia esperpéntica, luego buscar la sensibilidad Evax de Isabel Coixet forzando hasta la bilis los relatos dramáticos) todo en una absoluta indefinición en que cabría apostar por la improvisación. De acuerdo que los hechos inspiradores parecen ser poderosos, pero también que cuando llega el momento de convertirlos en algo que merezca ser contado, Shepard parece haber perdido la motivación o el rumbo. El ritmo errático, la decadencia que se apodera de la cinta de forma paralela al personaje de Richard Gere, y un constante cruce de diálogos suprimibles por obvios y huecos son alicientes importantes para buscar la felicidad fuera de la sala de proyección. Demasiado próxima al ridículo en muchos tramos, incoherente en decisiones argumentales a las que mejor resulta no atender, quizá los criminales de guerra no merezcan atención de los gobiernos que dicen perseguirlos cuando se ha desviado la atención a otro lugar, pero tampoco la merece, visto lo visto, para los que aquí lo denuncian heroicamente con escasa habilidad.