Todos los puntos que suma Rob Zombie como realizador se los debemos restar como guionista.
Con ciertas sagas cinematográficas pasa como con los yogures: con el paso del tiempo se van añadiendo tantos elementos novedosos a la mezcla que al final sus responsables ya no saben qué nueva aberración inventarse, y terminan por acometer una vuelta a los orígenes, limpiando de polvo y paja el producto, y desnudándolo de nuevo para así poder marcarse el tanto de que lo que nos van a ofrecer ahora –ya seamos espectadores o consumidores en busca de postre– contiene el auténtico sabor primigenio que tan buenos resultados dio en su momento.
La saga que se inició con La noche de Halloween (John Carpenter, 1978) había dado hasta ahora ocho películas centradas en los asesinatos del infame Michael Myers, cuyas dos últimas entregas -Halloween: H20. 20 años después (Steve Miner, 1998) y Halloween: Resurrection (Rick Rosenthal, 2002)– daban claros síntomas del agotamiento de una fórmula cuyo punto de partida sigue estando considerado como un clásico del cine de terror en toda regla, y que marcó unos patrones en el género que siguen vigentes a día de hoy.
Eso sí, como bien apunta nuestro refranero popular, cría fama y échate a dormir. Coincidiendo con el trigésimo aniversario de la cinta de John Carpenter que lo inició todo nos llega ahora la precuela, en una de esas jugadas (poco) creativas tan en boga últimamente. Si el año pasado se estrenaba Hannibal: El origen del mal (Peter Webber, 2007), y viendo que los asesinos en serie siguen hoy más presentes que nunca, buscando la aprobación del público (véase la saga de Saw o la recomendable serie televisiva Dexter, por ejemplo), no nos extraña que de nuevo volvamos a toparnos en la pantalla con el bueno (es un decir, claro) de Michael Myers, en una cita que ya se ha hecho habitual en estas tres últimas décadas.
En esta ocasión se quiere justificar la cinta con contarnos de dónde surgió una máquina de matar de tal calibre, pero lo cierto es que la explicación resulta demasiado simple (palidece, y casi da risa, en comparación con el antes mencionado origen de Hannibal Lecter): un niño con un trastorno mental, una familia agobiante, un mal día en el colegio que sirve de detonante... y allá va el pequeño Michael repartiendo cuchilladas a diestro y siniestro. Decepcionante a todas luces, y deja claro que aquí no se trata de justificar al protagonista sino, una vez más y tristemente, de hacer caja.
Halloween: El origen no es, sin embargo, tan mala como otras películas de terror que nos llegan últimamente. La dirección de Rob Zombie (músico heavy metido a director en cintas como La casa de los 1000 cadáveres o Los renegados del diablo) es efectiva, y al menos la plasmación en imágenes del argumento entretiene bastante. Sin embargo, todos los puntos que suma el susodicho como realizador se los debemos restar como guionista, ya que la historia hace aguas por todos lados y cae en los peores tópicos, dejando en evidencia lo limitado del punto de partida. Eso por no hablar del teléfono móvil de última generación que aparece en un momento determinado, claro... ¿No se suponía que esto era una precuela de una película de 1978?
Pese a todo, quienes disfrutaran con el sabor original de La noche de Halloween encontrarán aquí que se respeta bastante la figura de Michael Myers, y también se emocionarán un poco al oír nuevamente el tema musical que creó para aquélla John Carpenter. El niño protagonista se ajusta bastante bien a lo que se espera de él, y algunos otros detalles adicionales seguramente contentarán a los seguidores de la saga, o a los aficionados a los asesinos en serie en general. El resto de espectadores quizá no salgan tan satisfechos.