La película peca de no encontrar una voz propia que ayude al espectador a saber qué tipo de cinta estamos viendo.
Louis Ruinard, un veterano director de cine francés, mantuvo en el pasado una relación profesional y amorosa con la actriz Alice d’Abanville. En aquella época la pareja paseaba su amor por diversos festivales de cine, y su colaboración se tradujo en cinco películas juntos y en numerosos galardones. Ahora, treinta años después, ambos volverán a encontrarse en Londres, y lo que Desacuerdo perfecto se plantea contarnos es qué sucedió para que se produjera la ruptura que separó sus caminos durante tanto tiempo, cómo reaccionarán ambos protagonistas al hallarse mutuamente de nuevo, y, por supuesto, si cabe alguna esperanza de retomar la pasión que un día fue portada de las revistas de sociedad.
El realizador francés Antoine de Caunes, conocido en nuestro país vecino principalmente por su labor como actor (y asimismo padre de la actriz Emma de Caunes), se encarga de coreografiar un duelo interpretativo entre dos actores de la categoría de Jean Rochefort y Charlotte Rampling, que personifican dos caracteres tan opuestos que a priori dan para mucho juego. Él es histriónico, impulsivo y se ha entregado al cine más comercial. Ella, por el contrario, se muestra hierática, fría y hace tiempo que abandonó el séptimo arte, decantándose por representaciones teatrales de prestigio.
La película peca principalmente de no encontrar una voz propia que ayude al espectador a saber qué tipo de cinta es la que estamos viendo exactamente. Al principio creemos estar ante una comedia, pero las risas vienen tan espaciadas que nos entran dudas. También hay ramalazos de ironía y dureza, sobre todo por parte de la protagonista femenina, pero pronto se abandona ese camino también. Por último, se insinúa una cierta ternura que se hace más palpable hacia la conclusión del film, pero que tampoco le da el tono adecuado. De todo lo nombrado hay en la receta, y según en qué momentos usado con gran acierto, pero la mezcla está hecha sin demasiado cariño y de vez en cuando se ven los grumos.
Es en su vertiente de comedia donde Desacuerdo perfecto no logra sumar todos los puntos que harían de ella un producto a recomendar sin reparos. De partida nos encontramos con una idea que ya han utilizado otros en el pasado: nos viene a la cabeza, por ejemplo, Un final made in Hollywood (2002). Pero donde Woody Allen se servía de ese reencuentro entre una pareja metida en el mundillo del celuloide como sólo una de las líneas argumentales para construir una brillante comedia, aquí nos falta algún tipo de complemento que dé más color a la historia principal, que al fin y al cabo debería ofrecer más alicientes que el asistir al choque de caracteres y de interpretaciones de Rochefort y Rampling. En este sentido el cartel promocional es muy significativo: ambos actores sobre un fondo blanco, sin nada que añadir a la crónica de su relación de amor/odio. Los secundarios hacen acto de presencia de vez en cuando, pero en general resultan bastante desperdiciados.
Pese a todo, una historia sencilla y agradable que posiblemente contentará más cuanto más cercanos estén los espectadores a la edad de los protagonistas.