Alcanzada la hora de metraje, Josh, el personaje protagonista de Mientras seamos jóvenes al que da vida Ben Stiller, se dirige en un punto especialmente enervante de sus días hacia la farola donde ha encadenado la bici, y solo encuentra una rueda. La anécdota aparentemente secundaria bien podría sugerir que no solo sus personajes, sus vivencias, el género documental o la última película de Noah Baumbach, en definitiva, son irritantes: lo es la propia vida.
Mientras seamos jóvenes supone la enésima vuelta de tuerca sobre madurez y contraste generacional, realizado en esta ocasión con la justa dosis de inspiración y el supuesto incentivo de un cruce de personajes encarnados en Stiller y Adam Horovitz, que no solo representan edades muy diferentes, sino también distintas formas de encarar, atentos, las labores del género documental. Y quizá sea momento de reconocer que si la personificación de antagonismos ha funcionado mejor o peor en el pasado con las más variadas profesiones (golfistas, jugadores de billar, pilotos, francotiradores...), la del documental y el rigor y ritmo que el género precisa, está lejos de dejar muchas perlas, y su humor de supuesta contención no termina de justificar gran parte de lo filmado, tal y como le sucede al personaje de Stiller en su trama. En su lugar, nos encontramos ante algo que con su limitado interés, se ha realizado en demasiadas ocasiones con mayor tino, sin que eso fuera decir mucho.
Además de servir guiones a Wes Anderson, Baumbach como responsable de la función tiene la tendencia a impregnar de rasgos autobiográficos varios de sus films, con resultados desiguales que dejan a la cinta que nos ocupa en una categoría especialmente innecesaria y que la condena a una carrera comercial donde solo pueda funcionar en la medida en que confunda a los fans de Stiller y a quienes apuesten en fin de semana por el registro de humor que tradicionalmente éste suele ofertar. Visto así, podría considerarse una decepción generalizada, pero un porcentaje interesante de críticos no lo entiende igual y hablan de rasgos incisivos, inteligencia satírica, comedia observacional o, incluso, realizan comparaciones gratuitas con ni más ni menos que Woody Allen. Síntoma inequívoco de que, en efecto —y como apuntábamos al inicio—, la vida en su conjunto puede ser siempre algo más irritante de lo que considerábamos justo un momento antes.