Diálogos pueriles, realización elemental, iluminación grosera, música efectista...
Secuencia 25. Escena 1. Habitación de Kiranjit. Interior Dia: Kiranjit está terminando de vestirse para la ceremonia de su boda. Lleva un riquísimo sari rojo y está maquillada según la tradición hindú. Mientras se mira preocupada en el espejo, sus hermanas le ayudan con los últimos retoques.
HERMANA
¿Por qué estás triste? Es el día de tu boda.
KIRANJIT
No sé si hago bien casándome con él. Apenas lo conozco.
HERMANA
Es un buen hombre. Tiene trabajo y viviréis en Londres. Todo irá bien.
Kiranjit sonríe y todas continúan con los preparativos.
Y así, con esta capacidad dramática propia de un cuaderno de caligrafía, hasta completar unas sesenta secuencias más.
La guapísima actriz y superestrella de Bollywood Aishwarya Rai ha comenzado su andadura cinematográfica internacional con mal pie. Tras protagonizar una comedia relacionada con los roles que interpretaba en su India natal (Bodas y prejuicios, 2004) suponemos que se ha puesto en manos de un representante que conducirá su carrera en la meca del cine. El siguiente paso era hacer un drama y qué mejor que la historia verídica de Kiranjit Ahluwalia, mujer hindú que tras aguantar durante años el maltrato de su marido, lo mata y es condenada por ello. Aishwarya tenía la oportunidad de subir un peldaño en su caché y la estimación como actriz en esta historia de reivindicación femenina con tema tan vigente, por desgracia.
La estrategia es adecuada pero Aishwarya dista mucho de ser una buena actriz. Su belleza está basada en su hieratismo y el color de sus ojos y piel, lo que está reñido con la fuerza expresiva que un rostro debe mostrar en una historia de este tipo. Tampoco el director Jag Mundhra, ni los guionistas Carl Austin y Rahila Gupta, ni los compañeros de reparto Naveen Andrews (de la serie Perdidos) y Rebecca Pidgeon (pareja de David Mamet y actriz en casi todos sus films) rayan a gran altura. De hecho, el nivel artístico de la película en todas sus facetas, es tan plano y lamentable que hay secuencias dignas de una antologia del anti-cine. Para muestra la descrita al comienzo de este artículo. Diálogos pueriles, realización elemental, iluminación grosera, música efectista... un rosario de torpezas de las que sólo se libra Miranda Richardson a la que imaginamos envuelta en este engendro debido a su compromiso con el tema tratado.
Horrenda producción que quema inútilmente otro cartucho para tratar el complejo asunto del maltrato de género. Sirva al menos para revalorizar excelentes guiones y cintas dedicadas al tema, sin ir más lejos la magnífica película española Te doy mis ojos (2003) de Icíar Bollaín, una inteligente reflexión sobre el problema sin caer en maniqueísmos y que ahonda en la psicología de los personajes y las carencias sociales que dan lugar a tan lamentables delitos.