No seremos nosotros quienes desde aquí despotriquemos contra el hecho de que los adolescentes se enganchen a sagas literarias o cinematográficas, alimentando el hábito de la lectura o del visionado de obras ligadas al séptimo arte (y ayudando a mantener los beneficios de ambas industrias, por supuesto). Sin embargo, y pese a los frutos provechosos que dichas aficiones puedan reportarles en el futuro –cuando desarrollen un mayor criterio de cara a seleccionar qué leen en casa o qué ven en la salas de proyección–, cuesta horrores encontrar un beneficio inmediato derivado de la exposición prolongada (más de dos horas por entrega) a ciertas cintas relacionadas con este fenómeno de las trilogías postapocalípticas para el público juvenil.
Si El corredor del laberinto ya aportaba bien poco a nuestras vidas –por no andarnos con rodeos–, esta segunda parte consigue desesperarnos a poco que la analicemos. Tras una primera mitad donde se ha conseguido, eso sí, aligerar el ritmo y la acción, haciendo que incluso podamos pensar en una leve mejora respecto a su predecesora en los cines, llega la decepción. La hora final del film comienza a padecer el “síndrome de película del medio” de cualquier saga, y pierde el rumbo de manera decepcionante (aunque esperable), dejándonos colgados de cara a un desenlace que no nos quedan excesivas ganas de ver.
Además de la pérdida del factor sorpresa que favorecía a la entrega inaugural, Las pruebas adolece de falta de credibilidad o interés cuando llegan las explicaciones que todos esperábamos desde el arranque de la saga. Estos adolescentes en constante fuga, moviéndose sin descanso para desenredar una conspiración orquestada por quienes manejan los hilos –y que podría haber sido una buena metáfora, como es en sí Los juegos del hambre– resultan confusos, sumergidos en una historia poco inspirada repleta de personajes que suelen tomar decisiones irracionales, y seres que apenas sirven para construir el thriller estándar de acción y suspense que vemos cada dos o tres meses en la gran pantalla. No le pidan más personalidad a este producto, por desgracia.
A su favor, digamos que el ritmo y el diseño visual funcionan y nos mantienen ligeramente entretenidos, pero ninguno de ambos aspectos compensa el desarrollo moroso de la trama, ni lo reiterativo de muchas situaciones. El chicle se sigue estirando para tratar que mantenga algún resquicio de sabor cuando llegue la conclusión de la saga.