El cine patrio parece empeñado en seguir sacudiéndose de encima complejos arraigados desde hace tiempo, tras la reciente revitalización de la comedia, los tanteos con la acción frenética (Anacleto, agente secreto) o algún que otro éxito en el terreno de la animación (Atrapa la bandera). En esta ocasión el debutante Dani de la Torre ilustra un guión de Alberto Marini (Extinction, Mientras duermes) dando pie a un thriller que nos llega con ecos claros de tierras norteamericanas.
No en vano, el armazón argumental parece construido a base de cruzar Speed: Máxima potencia (Jan de Bont, 1994) con Última llamada (Joel Schumacher, 2002): un ejecutivo de banca recibe una llamada anónima diciéndole que debe reunir una importante cantidad de dinero, o de lo contrario su coche explotará con él mismo y sus hijos en su interior. Con dicha premisa se construye una cinta con predominio de la adrenalina, una especie de montaña rusa de la que cuesta bajarse.
Desde luego, con su mímesis de los modelos imperantes en la gran industria internacional del cine de acción, el realizador demuestra tener mano más que sobrada para poder dar el salto a Hollywood en un futuro cercano, aunque este se produzca de la mano del galo Luc Besson y sus (buenas) jugadas comerciales. De la Torre maneja con acierto el montaje, la puesta en escena y el ritmo, aportando nervio, garra e ingenio durante buena parte del metraje. El director sabe también sorprender con algunos recursos –un par de planos secuencia, sin ir más lejos– que denotan gran pericia y capacidad visual.
Sin embargo, tras un arranque espectacular que sorprende –y promete importantes logros–, el film no consigue mantener sus altos vuelos y llega un momento en que se estanca. Es a partir de ahí, al agotarse momentáneamente el tirón inicial, cuando se hacen patentes los problemas del guión. Si hasta el momento habíamos comulgado con una trama que hemos visto decenas de veces en productos yanquis, pero pocas en territorio hispano –“estas cosas no pasan aquí”, llega a afirmar la hija del protagonista–, las incoherencias, las trampas y los agujeros de diverso calibre en la historia empiezan a hacerse más patentes. Y aunque el desenlace vuelve a insuflarle vida, los intentos por meterse en jardines aclaratorios (relacionados con la estafa de las preferentes y sucesos similares) no logran convencer, por maniqueos y adoctrinadores.
Destaquemos, eso sí, un elenco que quita el hipo. Pese a que Javier Gutiérrez o Goya Toledo decepcionen ligeramente, es justo y necesario loar a los enormes Luis Tosar o Elvira Mínguez, auténticos soportes de este producto de entretenimiento bien fabricado, eficaz y resultón a ratos, y que no deja de ser un imperfecto soplo de aire fresco en nuestra (de nuevo) inquieta cinematografía.