Película sumamente irregular y alargada, que sale a flote por la indudable pasión que pone Sean Penn en acercarnos a un personaje fascinante
No puede uno evitar sentir cierto orgullo pueril al descubrir que comparte con Sean Penn la admiración por el libro que constituye la base de su cuarta película como guionista y director: ‘Hacia Rutas Salvajes’, escrito por Jon Kracauer en 1996.
Alpinista en Alaska, los Andes y el Himalaya, Kracauer no se limitó a perfilar con gran perspicacia en su libro la vida y la filosofía de Chris McCandless, un joven idealista que tras licenciarse desdeñó todo lo que le hubiese procurado una existencia acomodada para probarse a sí mismo durante dos años en escenarios progresivamente desolados de Norteamérica, hasta morir finalmente de inanición en un autobús abandonado en mitad de ninguna parte. La aventura de McCandless impulsó además al autor a reflexionar con conocimiento de causa sobre la atracción aparentemente absurda que ejercen los deportes de riesgo; sobre la pulsión que arrastra a algunos seres humanos a romper con lo establecido material y emocionalmente; y sobre esa línea de sombra que surcan tantos estadounidenses huyendo del pragmatismo feroz que caracteriza su cultura, en busca de un estado de trascendencia inspirado a partes iguales por los inabarcables espacios vírgenes de América del Norte y por los pensamientos e iluminaciones de Henry David Thoreau, escritor desafortunadamente desconocido en España pese a que su ‘Walden o la vida en los bosques’ (1854) siga inspirando a miles de jóvenes anglosajones por su radicalismo asocial y libertario, y por su defensa de la soledad como único medio para conocernos a nosotros mismos y atisbar el verdadero espíritu de la naturaleza: “Las fronteras no son el este o el oeste, el norte o el sur, sino allí donde el hombre se enfrenta a un hecho”.
El film de Penn hace honor hasta cierto punto al libro de que parte, y tiene mucho en común con la reciente Grizzly Man, otra película basada en hechos reales en la que el alemán Werner Herzog tampoco eludía debatir en torno a la inconsciencia de quienes se embarcan en este tipo de aventuras físicas y espirituales y, por consiguiente, los peligros a que se ven abocados. Quizás la diferencia de Penn con Kracauer y Herzog resida en que mientras estos se permitían un distanciamiento no tanto crítico como reflexivo respecto a sus personajes, lo que redundaba en sus contradicciones enriquecedoras, demasiado a menudo Penn toma partido descarado por Chris (interpretado por Emile Hirsch). Aunque no obvia que su fanatismo ocultaba arrogancia, egoísmo y una infancia llena de desamor, basta ver la posición de la cámara, habitualmente junto al hombro del joven e incluso interlocutora de su mirada directa en al menos dos ocasiones, para apreciar que el director está acompañando, como Kracauer, a Chris; pero de una manera ilusa y autocomplaciente que tiene su reflejo en las maneras formales del film.
Hacia Rutas Salvajes sufre así de un metraje a todas luces excesivo y reiterativo, de una estructura que unos podrían calificar de impresionista y otros de poco trabajada, de una voz en off no muy bien integrada con lo que se narra, y de unos descontrolados efluvios neo-hippies a cuenta de varios personajes con los que coincide Chris durante sus viajes; efluvios subrayados por unas canciones de Eddie Vedder que oscilan entre lo destartalado y lo parroquial, y por el recurso torpe y abusivo a cámaras lentas, zooms, pantalla dividida… lo paradójico es que cuando Penn modera su entusiasmo alcanza cotas de emoción arrebatadoras. Pensamos, en especial, en el fragmento que une momentáneamente a Chris con Ron Franz (estremecedor Hal Holbrook, nominado con toda justicia al Oscar), un anciano solitario. Esas secuencias justificarían por sí solas todo el film.
El lector puede pensar que no se trata de un gran bagaje, considerando que Hacia Rutas Salvajes dura 140 minutos. Pero en realidad esta no es una película susceptible de ser amada o aborrecida tanto por sus virtudes presuntamente objetivas, que las tiene, como por el interés que pueda despertar el personaje principal. Si quien nos lee tiene más intereses en esta vida que los exámenes trimestrales, la hipoteca, las copas del fin de semana y lo que le combina mejor con las Converse, le convendría conocer a Chris McCandless: alguien que aspiró a algo más allá de todo esto y legó su vida en el empeño a espíritus afines como Jon Kracauer, Sean Penn, y los espectadores que tengan claro que “todos vivimos en las cloacas, pero algunos miramos a las estrellas”.