Buen rollo y estética modernita para un producto calculado hasta el mínimo detalle para impresionar a burgueses de Arkansas y académicos hollywoodenses
Hace unos meses ya manifestábamos nuestra opinión, a propósito del film de Ryan Murphy Recortes de mi Vida, sobre el cine independiente norteamericano de nueva hornada, bastante más convencional y calculado de lo que fue hace unos años. No vamos a repetirnos, así que remitimos al lector a aquella otra crítica, pertinente en líneas generales para Juno.
En esta ocasión nos limitaremos a constatar que esta película nominada a cuatro Oscar adolece de todos los tics posibles dentro de un tipo de ficción contemporánea compuesta a partes variables por el buen rollo y la estética modernita, que asola los cines y que no habrá otro remedio que considerar el equivalente ideológico de los films de Leni Riefenstahl para Hitler o los de Frank Capra durante el New Deal. Es decir, fábulas al servicio de un adoctrinamiento coyuntural tan presuntamente beneficioso para el colectivo como peligroso por su carácter iluso, decididamente simplón y anestesiante en el tratamiento de temas que en la vida real, para sorpresa luego de muchos, están lejos de tener soluciones indoloras.
En el caso de Juno se trata del embarazo de una adolescente, cuyo nombre da título al film y que interpreta magníficamente Ellen Page. Una vez puestos en situación, la película desarrolla cómo Juno lidia con sus padres, con el chico que la dejó en estado, y con la pareja a la que ha decidido entregar su bebé al considerar que con dieciséis años no sería muy juicioso hacerse cargo personalmente de él. Lo prefabricado de la película arranca en el guión escrito por una tal Diablo Cody —en cuyo currículo superguay se incluyen, wow!, experiencias como telefonista erótica y bailarina de striptease—, que hace de todos los personajes caricaturas propias casi de una sitcom, sólo que con diálogos que se suponen el colmo de lo políticamente incorrecto y lo tronchante. Y aunque uno sí se ríe, más que incorrección (que sólo lo será para quien estime digna de excomunión a Esperanza Aguirre) lo que se aprecia es una inverosimilitud total en los comportamientos de casi todos los implicados, por no hablar de que finalmente el drama —por llamarlo de alguna manera— se resuelve como si de un cuento de hadas se tratase, con el orden social chachi del momento reinstaurado para tranquilidad del espectador.
La molicie ideológica que recorre de arriba abajo el guión de Juno es pasto formal del director Jason Reitman, cuya previa Gracias por Fumar ya resultaba un prodigio de brillantes equilibrios malabares sobre el cinismo esencial de su narración. Reitman y un impecable aparato de producción se emplean a fondo desde los títulos de crédito para que cada plano, cada canción, cada jersey, cada animación y cada póster que amueblan Juno nos remitan al universo prudentemente indie en el que se inscribe la película…
No es esta una propuesta contra la que se puedan cargar las tintas por la mediocridad de sus aspectos técnicos. Pero sí deja, al menos a este crítico, la impresión de un conformismo y una indigencia intelectual considerables, por mucho que parezca de lo más atrevido a quienes se indignan con los matrimonios gays y a quienes excita que otros se indignen con los matrimonios gays. No es esto, no es esto, que diría Todd Solondz.