Más vale caer en gracia que ser gracioso. Esta perogrullada no lo es más que aquella que asegura que para hacer una buena película hay que tener un poco de ambas cosas, y si concretamente lo que se quiere lograr es una buena comedia hay que conseguir que uno se ría con la película y, por supuesto, no de ella.
OSS 117: El Cairo, nido de espías (el título ya se las trae) se basa en una novela del escritor Jean Bruce publicada originalmente cuatro años antes de la creación de James Bond. En lugar de actualizar la figura del agente secreto Hubert Bonisseus de la Bath, el director Michel Hazanavicius y los demás responsables del film han decidido mantenerlo en el mismo año 1955 donde lo situaba la mentada novela, pero cargando las tintas en los aspectos paródicos de la trama donde el protagonista, de nombre clave OSS 117, se verá metido cuando le envíen a la capital egipcia para intentar poner orden en la complicada situación política que se vive en dicho país.
Con este planteamiento sólo resta esperar que la parodia del género de espías esté realizada con un mínimo de buen gusto y que los chistes hagan gracia. Sin embargo, con el transcurrir de los primeros minutos de metraje nos damos cuenta enseguida de que si era eso lo que buscábamos hemos acudido a la sala de proyección equivocada. El personaje principal es apenas una torpe caricatura, una carcasa vacía donde intentan acomodarse sin demasiado mimo bromas simplonas, y en cuestión de unas pocas escenas nos percatamos, abrumados por el excelente diseño de producción, de que estamos ante un mero ejercicio estético sin ninguna gracia adicional.
El resultado final, con un humor plano y sin apenas gags dignos de mención, hace que esta producción no tenga ni punto de comparación con los diversos nombres relacionados con parodias similares que acuden a la mente del espectador durante la proyección, figuras que en su día lucharon en una liga parecida a aquella en la que intenta competir la película que nos ocupa. Sin ir más lejos, y pese a todos los defectos que pudieran tener, la trilogía de Austin Powers la supera por goleada en cuanto a risas provocadas, y el humor del televisivo Superagente 86 conseguía ser mucho más efectivo en su sutilidad. Eso sin mencionar a Flint, agente secreto (Daniel Mann, 1966), considerada tradicionalmente como la mejor reconstrucción cómica del género de espías.
En definitiva, una de esas producciones que hacen que los espectadores echen pestes del cine francés en general. Con suerte, al haberse estrenado casi de tapadillo, tampoco habrá demasiados incautos que la sufran.