Nada más desasosegante que la desintegración de un ser humano por el exceso de placer, de lujo, de dinero.
Mientras nuestro pensamiento se afila con el uso cotidiano de la tecnología, nuestra moral sigue viviendo en el fango medieval, en la caverna. Los manuales de autoayuda nos tratan como entes tecnificados a los que el uso de unos pocos buenos hábitos y terapias nos pueden hacer sentir mejor, ser más felices, funcionar. Barbara Baekeland (Julianne Moore) no disponía de ningún libro ni manual que le dijese cómo gestionar su desmesurada ambición, la impostura permanente de su concentrada frialdad. "Busca el sobre" fue la única y terrorífica lección que le dió su madre. Y lo encontró. Lo encontró en el bolsillo de Brooks Baekeland (Stephen Dillane) multimillonario heredero del imperio familiar, creadores del plástico, cuya riqueza no flaqueó ni en el 29.
¿Qué manual se ha escrito acerca de cómo vivir con dinero? "Nosotros podemos hacer lo que nos plazca" le dice Barbara a su hijo Tony (Eddie Redmayne) mientras comen unas uvas al sol de la mañana en un día laborable. Enuméralos: Elvis, Michael Jackson, no sé, unos pocos cuya voluntad ha sido convertida en un reloj laxo a causa de la rara cualidad del exceso de dinero. Reloj cuyo segundero solo suena al rozar el tiempo de lo prohibido, los límites de lo establecido, la anormalidad.
La marcha de Brooks convirtió a Tony en el esposo de Barbara. Juntos cambiaban de ciudad como una chica cambia de peinado buscando su auténtico carácter. La ambigüedad sexual, el juego de las pasiones visto como posesión, como compasión, condescendecia, dominación. La indiferencia ante todo lo lógico y habitual. El retrato elegante y luminoso del director Tom Kalin hiere, incomoda, espanta. Nos han educado bien. Una actitud moralmente deplorable siempre nos la han representado mediante la fotografía de una rata húmeda y caliente, asquerosa. Pero la decadencia moral de los Beakeland, su discapacidad sentimental, la ausencia total de emoción en sus vidas está retratada y contada con la elegancia de una recepción aristocrática. Un acierto. Luis Buñuel lo hubiera disfrutado. Porque no hay nada más perdonable que un crimen envuelto en lujo. Ni nada más desasosegante que la desintegración de un ser humano por el exceso de placer, de lujo, de dinero.
Al finalizar la cinta, uno sólo espera la redención de la ficción. Que no haya ningún dato que nos haga saber que esta película está basada en hechos reales. Pero lo está.
El horror, oiga. El horror.