Es difícil cuantificar lo que el cine europeo y español, en concreto el Festival de Cine de San Sebastián, le debe al pintor, escritor, compositor y cineasta Julian Schnabel, hombre del Renacimiento, en fin, según diría el también polifacético y neologista Ramoncín para aquellos que realizan más de una actividad cultural simultánea, por ejemplo, cantar mal y salir por la tele. Schnabel se ha convertido, y es su mayor virtud, en una suerte de diplomático, de relaciones públicas del festival donostiarra en los Estados Unidos hasta el punto de que las presentaciones del mismo se hacen en Nueva York, en su estudio, organizadas y patrocinadas por él y su carisma, para la atracción hacia el evento de algún nombre hollywoodiense que mantenga la categoría del festival. There's no business like show business. Pues eso.
La escafandra y la mariposa es el llamativo título de la novela autobiográfica de Jean-Dominique Bauby, alias Jadou (pronúnciese yadú), donde narra sus sentimientos al verse recluido y completamente inmóvil tras sufrir un infarto cerebral. Jadou era el director de la revista Elle en París y diciendo esto no necesitamos incidir mucho más acerca del nivel de vida que se gastaba. Ingresado de por vida en un pequeño hospital cerca del mar, Jadou únicamente puede mover el ojo izquierdo, con cuyo párpado, al ritmo del deletreo de un alfabeto por parte de su terapeuta, logra comunicarse y escribir.
Schnabel logra realizar un bello y laborioso ejercicio audiovisual recreando subjetivamente los sentidos, las emociones y los pensamientos del protagonista, dibujando con la cámara una atmósfera cercana a lo que puede sentir un individuo en esa situación. Hemos dicho ejercicio audiovisual y no cinematográfico porque lamentablemente los casi 120 minutos de duración no aportan mucho más, hurtando al espectador cualquier tipo de reflexión o narración que avance la historia tras la presentación del acontecimiento vital que la origina. Recordamos ahora la soberbia Las invasiones bárbaras (Denys Arcand, 2003), prodigio de reflexiones y sentimientos acerca de la muerte en cada uno de los personajes de la película debido al desvanecimiento vital de uno de ellos.
Ni la esforzada interpretación de Mathieu Amalric, ni las apariciones de secundarios de relumbrón como Emmanuelle Seigner o de lujo como Max Von Sydow y Jean-Pierre Cassel hacen despegar la película del carrusel de planos subjetivos a que nos somete Schnabel. Las metáforas del título o las relaciones con otros personajes apenas si tienen desarrollo en el film, exceptuando la enorme e inexplicable fascinación amorosa que produce Jadou en todas las mujeres que están a su alrededor, incluido personal sanitario. Qué moderno todo. Mejor dicho, qué modernez.