A principios del siglo XX, Estados Unidos era un país virgen, una tierra con infinitas posibilidades, preparada para ser explotada por cualquiera que se atreviese a apostar por ella. Un pionero del petróleo, trabajador y concienzudo, decide construir su particular sueño americano cueste lo que cueste, a cualquier precio en Pozos de ambición, la última película del estadounidense Paul Thomas Anderson.
Situada en la California rural e inhóspita de principios de siglo, Daniel Day- Lewis da vida con aparente facilidad al ambicioso e implacable petrolero protagonista, un hombre huraño que pronto chocará con las ideas y la incómoda verborrea de un predicador cínico e insolente, un enviado de Dios en la tierra que dirige con mano férrea los destinos de su devota congregación. El joven actor Paul Dano, el adolescente mudo de Pequeña Miss Sunshine, defiende con dignidad su particular personaje, enfrentándolo sin complejos al imponente Day- Lewis, y convirtiendo así el duelo interpretativo de ambos en lo mejor de la película.
Autor de las aplaudidas Boogie Nights o Magnolia, Paul Thomas Anderson, director con pocas pero muy cuidadas películas, parece alejarse del experimentalismo formal y temático de sus anteriores obras para firmar una cinta clásica centrada en la avaricia, la religión y la ambición. Permanece en ella, eso sí, su obsesivo interés por las complejas y habitualmente problemáticas relaciones familiares y como éstas afectan siempre al posterior desarrollo de nuestras vidas. Los personajes de Anderson son huérfanos familiarmente hablando, siempre con cuentas pendientes que resolver. El petrolero que se aleja de su familia, que es incapaz de reconocer a su propio hermano y que adopta a un niño ajeno como única familia no es una excepción en su filmografía.
Su largo metraje, de casi dos horas y media, se recrea en exceso en el lento y meticuloso proceso de extracción del petróleo, un detallismo que quizás pueda aburrir a algún espectador. A pesar de ello, Pozos de ambición, basada en la novela de Upton Sinclair, Oil! y nominada a ocho premios Oscar (entre ellos el de mejor película, director y actor protagonista), maneja con soltura los saltos temporales que exige el relato, aligerando y agilizando la comprensión de la historia, remarcada por una cuidada banda sonora.
Con reminiscencias del Gigante de George Stevens, Pozos de ambición, (desafortunada traducción del original y más poético There will be blood "Correrá la sangre") es, sin embargo, una historia bastante más oscura e inquietante, una película bien narrada, sugerente y emocionante especialmente en su última parte, con un contundente y desolador final.