¿Qué ocurre cuando una buena mañana te levantas y descubres que tienes el poder de teletransportarte al lugar que quieras, ya sea a una biblioteca de tu ciudad, al centro de Tokio, a las playas de Australia, a las ruinas de Roma o el desierto del Sáhara? Pues que automáticamente dejas de ser el pardillo del instituto, ese cero a la izquierda que sufría humillaciones por parte de otros compañeros y enamorado de la chica equivocada, para convertirte en alguien capaz de hacer y tener todo lo que le venga en gana, ya sea dinero, sexo, turismo, o conseguir por fin enamorar a la chica de tus sueños.
Esta es, básicamente, la idea argumental de Jumper, film basado en la novela homónima de Steven Gould y dirigida por Doug Liman (El caso Bourne, Sr. y Sra. Smith).
En efecto, Jumper mezcla la historia típicamente teenager de un adolescente que pasa de no ser nada a serlo todo (argumento típico de muchos cómics, Spiderman sin ir más lejos) con unos efectos especiales espectaculares que nos llevan a una especie de turismo global por los lugares más impresionantes de nuestro planeta. La técnica de los saltos espacio-temporales que jalona el film es sin duda su mayor acierto, fruto de un delicado trabajo de postproducción que proporciona algunas de las mejores escenas de acción surgidas en los últimos años. Pero nos encontramos con el problema de siempre cuando se emplean este tipo de recursos digitales, que la velocidad de la imagen no permite saber quién es quién, dónde está cada personaje, quién va ganando o a quién se supone que hay que apoyar. Es decir, estamos ante el problema de la imagen como videoclip o como reportaje televisivo, donde los acontecimientos se suceden a un ritmo tal que no somos capaces de aprehenderlos ni de razonarlos.
La interpretación de Hayden Christensen no convence, ni la del resto de interpretes salvo Samuel L. Jackson, curtido ya en mil batallas, y que aquí se encarga de capitanear una especie de burocracia policial encargada de capturar a los jumpers (saltadores) mediante una serie de aparatejos tecnológicos en forma de cajas y cables que recuerdan mucho a los utilizados por el equipo de Cazafantasmas encabezado por el insigne Bill Murray.
Destacar por último una banda sonora a medio camino entre el rock y la electrónica que se acopla muy bien a las vertiginosas secuencias de acción y, sobre todo, unos títulos de crédito sumamente atractivos que siguen apareciendo hasta bien entrada la película, una decisión cuanto menos arriesgada que seguro no dejará indiferente.