Repasando las críticas de películas de exorcismos que durante los últimos años se han ido publicando en nuestra revista, queda bastante patente que en general no somos demasiado benévolos con este subgénero en particular, aunque en nuestro descargo también se puede afirmar que no nos ha procurado demasiadas alegrías en las últimas décadas (por no retrotraernos más allá en la corriente temporal).
Algo tendrá el agua cuando la bendicen; o mejor dicho, cuando colaboradores diversos maldijeron por activa y por pasiva a títulos como Exorcismo en Connecticut, El exorcismo de Emily Rose –por más que esta tuviera, pese a todo, puntos de interés–, El rito, La posesión de Emma Evans o El último exorcismo, cuya secuela echaba por tierra cualquier atisbo agradable que nos hubiera dejado su predecesora.
Exorcismo en el Vaticano no sabe, ni quiere, ni puede escapar de toda la sarta de clichés que nos han sido imbuidos por los filmes que tratan de posesiones desde que William Friedkin firmara El exorcista (1973), y no ofrece absolutamente ninguna novedad. Los espectadores más jóvenes, aquellos que al cabo del año solo acudan media docena de veces al cine, serán probablemente los únicos que puedan encontrar algún tipo de atractivo en una historia tonta como pocas –la comedia involuntaria está servida–, aburrida hasta lo indecible y repleta de tópicos.
El discreto Mark Neveldine –suyas son la saga Crank o la segunda película de Ghost Rider– dirige una trama sin encanto, con actores desmotivados (Michael Peña ha demostrado valer para mucho más que esto) y que solo se soporta mínimamente en su factura visual y en sus golpes de efecto, aunque ya nos conozcamos la mecánica de los mismos al dedillo. Narrada con desgana, parece mentira que se pueda alargar tanto una situación que nace del absurdo (¿realmente la protagonista queda poseída al hacerse un corte en un dedo de la mano?), y que todo lo que veamos sea tan soso y predecible.
Desde luego, con esta falta de condimentos y de pasión es imposible llevar a buen puerto una cinta que aspire a ser mínimamente entretenida; por supuesto, como resultado aquí nos topamos de pleno con el que probablemente sea uno de los títulos más olvidables en la historia del género. Una pena.