Obra de madurez, impregnada de ternura y pesimismo, propia de un octogenario sin nada que demostrar
Después de las irreparables pérdidas en 2007 de Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni, alegra constatar que otro grande del cine europeo, el francés Alain Resnais, sigue en activo y que, pese a su edad octogenaria, su salud creativa es envidiable.
Antes de entrar a valorar su última película deberíamos apuntar que en la filmografía de Resnais podrían establecerse a gruesos trazos dos épocas: la primera arrancaría con Noche y Niebla (1955) e Hiroshima Mon Amour (1959), y languidecería con la casi ininteligible Providence (1980). En esos veinticinco años el cineasta buceó cerebralmente en temas graves como la Historia, el pasado y la memoria, mediante unas estrategias de deconstrucción narrativa, y una interacción con otras expresiones artísticas de prestigio, que han hecho de él referencia inexcusable para todo aquel que aspire a desentrañar las inmensas posibilidades, muchas aún por explorar, del cine más allá de su condición de simple “entretenimiento”.
En la segunda época, anticipada por la excepcional Te Amo, Te Amo (1968) y cuyo último jalón es Asuntos Privados, Resnais deja aflorar con más intensidad el interés que siempre ha sentido por las manifestaciones de la cultura popular, y ahonda en los misterios del corazón humano: sus fragilidades y esperanzas, sus inevitables decepciones. En películas como La Vie est un Roman (1982), Smoking/No Smoking (1993) y On Connait la Chanson (1997) Resnais no duda en jugar respectivamente con los códigos del cómic, el teatro y el musical, y en manifiestar un carácter audaz, progresivamente desprejuiciado y anacrónico, ajeno a las expectativas del gran público pero también a las corrientes de moda entre los popes de la crítica.
Asuntos Privados respira en este aspecto una libertad absoluta. Eso no quiere decir que se trate de una película desmañada. Por el contrario, la planificación y las escenografías están muy elaboradas, atienden a un objetivo preciso (la película se rodó en estudio y ganó el León de Plata al mejor director en la edición 2006 de la Mostra veneciana). Pero lo kitsch de la estética y lo afectado del registro tragicómico, así como un trasfondo fúnebre, dan cuenta de una sensibilidad consciente de que ya sólo ha de rendir cuentas ante la muerte. Por lo que se puede permitir cursilerías seniles y algún lloriqueo sin que haya que darles demasiada importancia, un poco como en el canto del cisne de Robert Altman, El Último Show, o en los últimos films realizados por los titanes del Hollywood clásico.
La película se basa, como Smoking/No Smoking, en una obra teatral de Alan Ayckbourn, dramaturgo británico al que Resnais conoce en profundidad, y cuyos escritos diseccionan con humor y pesimismo las corrientes emocionales ocultas que discurren bajo la cotidianeidad. En esta ocasión son siete los personajes: un agente inmobiliario (interpretado por André Dussollier), su hermana (Isabelle Carré), una compañera de trabajo (Sabine Azéma), un barman (Pierre Arditi), el padre enfermo de este último (cuyo rostro no veremos nunca), un militar que ha colgado recientemente el uniforme (Lambert Wilson), y su esposa Nicole (Laura Morante). Todos ellos cruzan sus vidas en el distrito 13 de París, buscando la felicidad en escenarios desapacibles y bajo una nevada perpetua que encadena metafóricamente sus desventuras y termina empapando sus corazones de soledad.
Asuntos Privados fluye a lo largo de cincuenta y tantas escenas conformadas generalmente como duetos, en las que priman ante todo las confusiones, los miedos íntimos, las ilusiones inexpresadas. Como cómplices, esas arquitecturas compartimentadas, públicas, que sumen la acción en un limbo inquietante; y unas cintas de vídeo que, no por casualidad, ocultan bajo sus grabaciones superficiales (en todos los sentidos de la palabra) otras perturbadoras, que brindan la esperanza, finalmente no satisfecha, de que bajo la impersonalidad medioambiental pueda hallarse un sustrato significativo.
Aunque Resnais no ha facturado una película de autor tal y como se entiende habitualmente, sí requiere de sus espectadores cierta madurez, y atención a su meticulosa puesta en escena. Cualidades que, pensándolo bien, tal y como anda el panorama, sí convierten Asuntos Privados en cine experimental.