El cine, siempre dado a reflexionar y analizar todo tipo de sucesos, se centra en el título que aquí nos ocupa en la crisis económica mundial que sacudió al mundo en 2008. Siguiendo a una serie de individuos diversos, todos ellos relacionados con diferentes agencias e instituciones económicas, somos testigos durante dos horas de cómo los fallos del sistema financiero animaron a un buen número de especuladores para alimentar una burbuja que, cuando finalmente reventó, se llevó por delante cuanto encontró a su paso, sumiendo a Estados Unidos –y por extensión, en este mundo globalizado, a un buen número de países– en un profundo pozo del que aún no se ha conseguido salir... aunque, como se señala en algún momento de la película, nunca es tarde para volver a repetir los mismos errores una y otra vez, movidos por la codicia.
La gran apuesta sabe encontrar su hueco en un subgénero que en el último lustro nos ha ido explicando con pelos y señales los entresijos del tremendo desastre mercantil que supuso esta última crisis mundial. Recordemos: El lobo de Wall Street, Margin call o The company men optaban por ficcionar los hechos, mientras que los documentales Inside Job o Capitalismo: Una historia de amor exponían con claridad meridiana todo lo que sucedió, acudiendo a las fuentes originales, en muchos casos muchos de los protagonistas mismos de los sucesos (pero también dando voz a aquellos desgraciados que los habían padecido).
El realizador Adam McKay (que hasta la fecha solo había entregado comedias burdas a mayor gloria de Will Ferrell) elige bucear entre ambas opciones. Por un lado pone a sus personajes –excelente plantel de actores– a ejercer de sosias de muchos de los protagonistas de la debacle monetaria, pero para darle un toque distinto intercala explicaciones a cámara –casi siempre que se rompe la cuarta pared es con agradecida socarronería–, rótulos sobreimpresos con definiciones de algunos términos complicados, explicaciones descacharrantes acerca de algunas situaciones –con rostros conocidos como Margot Robbie o Selena Gómez dándose un baño de espuma en una bañera o jugando en un casino–, y el uso de la cámara en mano también persigue recrear la sensación de que hemos viajado atrás en el tiempo para presenciar de primera mano cómo se fraguó la tragedia.
Se agradece el tono, distendido y explicativo, aunque es innegable que el tema sigue siendo árido y confuso. El sistema contiene muchos recovecos y entresijos, y los trucos que se pueden hacer dentro de este laberinto de créditos hipotecarios terminan por superar al espectador, por mucho que hayamos sido ilustrados acerca de su uso fraudulento en muchas de las cintas arriba mentadas. El montaje ágil, repleto de cambios de plano y de imágenes diversas intercaladas en ocasiones, da la sensación de ligereza, pero la densidad de todo lo narrado supera al espectador en más de un momento. Por suerte, lo podemos compensar con creces gracias a lo entretenido del relato, y con la necesaria reflexión que nos ofrece sobre la estupidez y la avaricia humana. No en vano, a propósito de esta estafa múltiple cimentada sobre mucha gente incapaz de entender lo que estaban firmando, el film nos recuerda una frase de Mark Twain: “La verdad es como la poesía; y mucha gente odia la poesía”.