Es Nochebuena, y la desprevenida Angela (Rachel Nichols), una ejecutiva que se ve obligada a permanecer en su puesto de trabajo hasta horas intempestivas, acabará cayendo en manos del guardia de seguridad encargado de vigilar las cuatro plantas de aparcamientos del edificio. El joven, llamado Thomas (Wes Bentley), lleva varios meses obsesionado con la muchacha y esa noche encuentra la ocasión perfecta para llevar adelante sus maquiavélicos planes.
Parking 2 (no confundir con la secuela de ninguna cinta previa) se inscribe dentro de la corriente de cine de terror que transita en la delgada línea que lo separa del thriller, y donde entrarían films como Hard Candy (David Slade, 2005). Además, comparte con ese título su querencia por un número limitado de elementos escénicos con los que se pretende aguantar la estructura de la historia. Aquí tenemos las cuatro plantas del aparcamiento subterráneo, la pareja protagonista, dos o tres secundarios de presencia anecdótica, un ascensor y poco más. Por lo pronto (y a su favor), digamos que un repertorio tan restringido basta para rellenar cien minutos de película y hacerla soportable, sin caer en vergüenzas ajenas que dejan infausto recuerdo en nuestra memoria.
Tras la realización se esconde Alexandre Aja, responsable hace un par de años del remake de Las colinas tienen ojos, y que aquí ha elaborado el guión junto al director de la cinta, el debutante en esos menesteres Franck Khalfoun, además de su ya habitual colaborador Gregory Levasseur. La historia se aleja pronto del terror más sangriento (apenas hay tres muertes a tener en cuenta) y se centra en crear una tensión resultona que te mantiene razonablemente pegado a la butaca, aunque la originalidad no abunde y nos asalte de vez en cuando una sensación de déjà vu que, eso sí, no nos priva de seguir entretenidos viendo cómo se resuelve la trama.
Los actores están correctos, si bien Wes Bentley –cuya mejor película hasta la fecha sigue siendo American beauty (Sam Mendes, 1999)– le gana la partida a su compañera de reparto gracias a la composición que hace de un psicópata con una personalidad desconcertante, y que supone finalmente lo más impredecible del argumento. En otro orden de cosas, quizá lo más molesto de Parking 2 sea el repetido abuso de los sustos creados a base de repentinos subidones de música, que a buen seguro amenazarán con provocar algún que otro paro cardiaco en las salas de exhibición. A pesar de esta ausencia de sutileza en la creación de atmósferas, la sensación final es que la historia se aguanta bien. Eso sí, en unos meses ni nos acordaremos de ella.