A pesar de que la anterior cinta dirigida por los hermanos Coen fue estrenada en 2013 bajo el nombre de A propósito de Llewyn Davis, el relato de aquellas desventuras de un talentoso músico de jazz cuyo compromiso con su género le ponían contra las cuerdas al principio de la década de los 60 del pasado siglo no es lo último que ambos llevaron al cine antes de ¡Ave, César! De hecho, aparte del guion de Invencible en 2014, a finales del pasado año firmaron el libreto en que se basa la realización de Steven Spielberg El Puente de los Espías, una de las claras candidatas a los Óscar de este año en otra muestra más de sus habilidades a la redacción.
Si unimos ese talento, su experiencia cinematográfica y sentido crítico expresado con rasgos de sátira con gusto propio, ¡Ave, César! es probablemente lo mínimo que podríamos obtener en resultado final. Una película que se deja ver con facilidad, especialmente para quienes sean valedores de dos hermanos que sin esfuerzo dan con escenas para el recuerdo, explotando un tono de parodia que por momentos nos hace intuir cómo de cerca debe encontrarse esa realidad que diariamente se supera al competir con la ficción, y que sobre todo da con un resultado elegante en el que solo la falta de mayor pegada la coloca algo por debajo de lo que en otras ocasiones nos han ofrecido.
Estamos, como en el caso de Llewyn Davis, ante una historia que bien podría haber seguido acumulando metraje y relatando escenas plácidamente sin que nadie se hubiera extrañado. Ni probablemente su trama nos habría llevado a ningún punto mucho más (ni mucho menos) interesante. Ridiculizar merecidamente a actores, parodiar conspiraciones comunistas o lidiar con los caprichos de los distintos tipos de estrella que rodean al mundo del espectáculo son ingredientes fácilmente digeribles a falta de emociones más fuertes.
Como sucede con otros contados casos, probablemente una propuesta de los Coen es preferible a casi cualquier otra de las que pueblan regularmente la gran pantalla. Solo que si por ritmo de estrenos y balance de calidad lo comparamos con otro representante del humor elegante, no se relativizarían los méritos de los Coen, sino se reafirmarían los de otro gran amante del cine en Manhattan que lleva décadas acumulando grandes películas sello propio.