No se le puede negar al británico Ken Loach ser el máximo exponente actual de una etiqueta cinematográfica conocida como cine social. En él como realizador y en sus películas se miran muchos cineastas europeos que encuentran en su modo de hacer y en los temas que toca una salida más que posible para la creación de sus primeras obras, aquellas en las que aunar un compromiso social con su país o sociedad de origen y un modo de realizar cine barato, técnicamente sencillo y con muchas posibilidades de obtener reconocimiento en la industria siempre temblorosa del cine europeo.
El cine de Loach tiene un público fijo y fiel, seguidor puntual de sus denuncias. España e Italia son dos de los países donde cuenta con más adeptos, pues sus temas son de agrado para un sector de público joven, comprometido y de izquierdas. No es por tanto casualidad que sus últimas películas sean ya auspiciadas desde una productura española o que su guionista habitual, Paul Laverty, resida en Madrid desde hace tiempo (Paul es además pareja de la cineasta Icíar Bollaín) además de haber tocado temas relacionados con nuestro país en alguno de sus films, como en la notable Tierra y libertad (1995).
En esta ocasión, Loach y Laverty fijan su mirada en una reclutadora de una ETT, Angie, que sirve a los beneficios de su empresa aprovechándose de las ilusiones y ganas de prosperar de muchos trabajadores de la Europa del Este. Angie es despedida a pesar de su buen trabajo, por no dejarse manosear por uno de sus superiores. Asqueada de su propia vida laboral y del uso infrahumano que este tipo de empresas hace de los trabajadores inmigrantes, decide crear con su compañera de piso su propia compañía, comenzando desde cero y aplicando una conducta laboral ética y justa.
Desde su estilo narrativo casi documental y recurriendo de nuevo a actores primerizos y escenarios naturales, Loach nos cuenta esta vez en su fábula como Angie se ve pronto abocada a recurrir a las mismas estrategias fraudulentas que la empresa de la que abominaba y a defraudar tanto a sus empleados y como a su socia. De nuevo en una película de Loach, el sistema capitalista y sus organismos se muestran como un ente amenazador e ingrato que degrada inexorablemente la conducta de cuantos viven en él. Las denuncias a lo largo de sus películas han sido varias a este respecto, desde la muy concreta sobre el servicio social en Ladybird, Ladybird (1994) a las más generalistas como en esta película que nos ocupa o la que creemos mejor y más emocionante de las suyas, Lloviendo piedras (1993).
Los seguidores de Loach encontrarán en esta nueva película otro motivo de reivindicación sobre el que reflexionar y opinar. Los primerizos, encontrar a un cineasta eficaz, más preocupado por el tema que por la forma, y que no duda en señalar los orificios por donde nuestro mundo libre hace aguas.