El encargado de llevar a la gran pantalla las andanzas de las hermanas Bolena en la corte del Rey Enrique VIII, el director Justin Chadwick, lleva flirteando con el medio televisivo varios años. Quizá sea este el motivo por el que Las hermanas Bolena posea cierto aire telefílmico como principal escollo en su pulida apariencia. Si el espectador no obstante logra pasar por alto esta debilidad, encontramos en ella una sólida dirección artística tal y como queda estipulado en cualquier drama histórico que se precie, corroborado, como no, por un elenco internacional capaz de levantar una dirección carente de un estilo depurado.
Dicho esto qué duda cabe que las reglas del séptimo arte han cambiado de forma radical en este siglo. La estética se ha convertido en el principal reclamo en un medio en el que la pericia a la hora de narrar historias con fundamento ha tenido que pasar forzosamente a segundo plano. Así, ejemplos dados por Charles Laughton en La vida privada de Enrique VIII o por Robert Shaw en Un hombre para la eternidad quedan para los restos, dando paso en la cinta que nos ocupa a un reparto que intenta abrirse camino ante tanto artificio, algo que ciertamente consiguen en varios momentos del filme, sobre todo una Natalie Portman muy por encima del resto de sus compañeros.
Ni que decir tiene que este, para qué negarlo, entretenido drama histórico, hará las delicias de los amantes del folletín cortesano, ya que en el encuentran maquinaciones con sabor genuinamente femenino, conspiraciones palaciegas, ambición, poder, ejecuciones... en fin, todo un compendio de confabulaciones de corte clásico combinado con una puesta en escena más acorde con los tiempos que corren.
La historia de Las hermanas Bolena nos cuenta ni más ni menos que la disputa entre dos hermanas enfrentadas por un mismo hombre (unas Natalie Portman y Scarlett Johansson guapas hasta decir basta y un Eric Bana merecedor de un poco más de atención por parte del director). Es por esto que el filme se ofrece como mero entretenimiento para atender al desbarajuste hormonal, eso sí, empaquetado a la perfección por un vestuario de ensueño.