El mundo se sustenta sobre los hombros de treinta y seis justos, treinta y seis personas que van naciendo a lo largo de la historia y cuya virtud, no muy bien explicada, consiste en mantener este mundo desalmado y loco en equilibrio. La Torá o Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia, contiene en sus textos cifrados el momento y lugar donde nace cada uno de ellos. Los miembros de una religión secreta llevan siglos asesinándolos con un cuchillo ritual de modo que al acabar con el último nacerá un mundo nuevo, con otro orden y leyes nuevas y mejores, tampoco se sabe muy bien, una especie de reseteo que suponemos dará más poder a los componentes de esta secta liderada por un impoluto Federico Luppi.
Teo (Diego Martín) es un fotógrafo de guerra que observa atónito como buscando su muerte se cometen tres crímenes, entre ellos el de su novia. Así, se ve en envuelto en una trama que le lleva a buscar sus orígenes y el por qué de esta persecución. A el se unirá por casualidad Miryam (Ana Claudia Talancón) y tras las huellas de ambos el inspector Moreno (Antonio Dechent) quién percibirá la extrañeza de toda la trama.
Desde que el empresario Julio Fernández comprara la distribuidora Filmax allá por el 87, ha mantenido una línea coherente en la industria española del cine. A Julio Fernández sí que le cabría el apodo de último justo, pues ha logrado asentar y ampliar su empresa en todas las vertientes del negocio (producción, distribución, televisión, música, mercado internacional) a un buen ritmo y con algún éxito entre sus producciones. Films como [Rec], Frágiles, Los sin nombre, Romasanta, El maquinista o El lobo han logrado sobrevivir en la cartelera más de una o dos semanas a pesar de esa secta ingrata que formamos público y medios españoles dispuestos a masacrar el producto patrio incluso si es de calidad. “No parece española” suelen decir quienes halagan alguna de las producciones Filmax.
El último justo es una película característica de la casa: producción solvente, tema intrigante o fantástico, vocación y reparto internacional, y factura técnica aseada. Está más orientada a convertirse en un producto de fácil explotación para alquiler y televisión que a brillar en los cines, donde pasará sin pena ni gloria. De hecho, la coproducción con México y la participación de nombres de relumbrón en el reparto garantiza su salida al mercado latinoamericano.
En esta ocasión el resultado está por debajo de lo habitual. La película aburre a base de clichés y lugares comunes, le falta verosimilitud, las situaciones son manidas y los diálogos malos. Diego Martín no da el personaje, aunque se esfuerza, y la dirección de Manuel Carballo es rancia y efectista. Las referencias visuales se adivinan al primer segundo de cada secuencia. En este caso, El último justo, sí que parece, peyorativamente, una película española.