Película de animación muy superior técnicamente a lo habitual en su productora, aunque su argumento no llegue a entusiasmar
Tercera adaptación cinematográfica en los últimos años de los libros juveniles escritos por el Dr. Seuss, tras El Grinch (2000) y El Gato (2003). A diferencia de aquellas, realizadas en imagen real por Universal y DreamWorks, la 20th Century Fox ha decidido con buen criterio llevar al cine Horton Hears a Who! (1954) como producción digital, a través de su filial de animación Blue Sky.
El resultado es muy meritorio a nivel formal, lo que supone un paso de gigante de Blue Sky respecto a sus anteriores Robots (2005) y, sobre todo, las mediocrísimas Ice Age: la Edad de Hielo (2002) y Ice Age 2: el Deshielo (2006). Puede que tenga algo que ver el hecho de que uno de los dos directores de Horton, Jimmy Hayward, haya trabajado previamente en Pixar, sin duda el mejor estudio de animación digital del mundo; el caso es que Horton ofrece una calidad en lo que toca a texturas, iluminación y movimientos que va más allá de lo funcional, otorgando puntualmente a las imágenes una belleza y unas cualidades atmosféricas que hasta hoy sólo eran capaces de brindarnos los films apadrinados por John Lasseter. Nos alegra ver que Blue Sky se atreve a competir con Pixar en el terreno de la calidad, y no únicamente en el del oportunismo. A ver si cunde el ejemplo en la división animada de DreamWorks, responsable de las nefastas continuaciones de Shrek.
Por lo demás, la historia de un elefante, el Horton del título, que descubre en una mota de polvo toda una ciudad microscópica que protegerá de la destrucción enfrentándose a la incomprensión de los demás animales de la jungla —que interpretan su cruzada como un peligroso ejemplo de chifladura para los jóvenes— no es demasiado interesante ni sutil en su mensaje. Pesa además sobre ella el condicionante de haber tenido que ajustarse en Estados Unidos a una calificación moral infantil, ya que la viuda de Theodor Seuss estaba descontenta con los ‘temas adultos’ que se habían atisbado en El Gato. Por ello, el tono general de Horton es de una extravagancia inofensiva y a veces cansina, en la línea de Descubriendo a los Robinson.
Tres son los aspectos, aparte las virtudes técnicas apuntadas, que soslayan estas limitaciones argumentales: el primero atañe a las parodias de ciertas convenciones genéricas, que harán las delicias de los aficionados en escenas como la de la ensoñación heroica del elefante tratada como un anime, o esa canción final que los propios personajes asumen conscientemente como obligación. El segundo está relacionado con el encantador Horton, un prodigio de expresividad facial y corporal excelentemente resaltada en el original por la voz polifacética de un Jim Carrey en su mejor veta, algo olvidada y minusvalorada, de payaso. Y el tercero es la banda sonora de John Powell, tan briosa como amplia de registros, que alcanza en una secuencia clave, aquella en la que los habitantes de la mota han de hacerse escuchar para no ser exterminados, un carácter casi experimental.
Es curioso tener que concluir que posiblemente Horton no sea la mejor película de animación para niños que se ha estrenado en tiempos recientes, pero sí una de las más atractivas en cuanto a sus valores técnicos.