Una inversión como la de Disney por Marvel no concede margen para el descanso, y tampoco para el fracaso. Por lo que si Los Vengadores se ha revelado como la fórmula más exitosa y el mejor atajo para recuperar inversión, convertir las entregas de personajes individuales en crossovers parecía desde un principio un acierto, practicado en la segunda entrega de El Capitán América y sublimada en esta tercera, una suerte de Los Vengadores 2 y medio.
Resulta difícil no establecer odiosas comparaciones con los movimientos de los personajes de DC, y omitiéndolas en lo posible, sí hay que reconocer que en el lado de Marvel han logrado identificar con mucha más habilidad lo mejor que su catálogo de cómics podía ofrecer en tramas y la forma de ejecutarlo en la gran pantalla, que apenas son unas pocas las excepciones en el alto nivel de sus producciones. No es de extrañar, al hilo de lo expuesto, que la próxima entrega de Thor —el personaje con más problemas en solitario— cuente con Hulk de compañero, más cuando ambos son los personajes ausentes en el episodio que nos ocupa.
Y en efecto, Capitán América: Civil War lo hace todo prácticamente bien, gracias a sus potentes recursos y limitada eso sí por cuestiones estratégicas: la guerra civil entre superhéroes encontraba una mayor justificación entre viñetas; en su salto de papel a fotograma se pierden matices y se cae en lo que aparenta ser una lucha de egos donde se hace demasiado poco por evitar un conflicto claramente peor que aquello que el control al que los gobiernos quieren someter a los superhéroes. El espectáculo, no obstante, es asombroso y espídico, dos horas y media que se pasan en un suspiro a horcajadas de un ritmo en que los personajes se suceden con una dosis equilibrada a pesar de lo enorme del plantel. Incluso por el camino se permite el lujo de que el recién llegado de Spidey dé su aparición más auténtica en la gran pantalla, demostrando que nadie sabe tratar al trepamuros con el mismo cariño que la marca que lo vio nacer.
Puede que el poso final de una batalla que debería generar un impacto mayor pierda sabor precisamente por cuestiones de ritmo, que el argumento no se preocupe lo suficiente de rematar flecos y que lejos de eso confíe en la distracción de los golpes para evitar cuestionar muchas de sus decisiones. Pero el global es el de un espectáculo de altura, orquestado con una naturalidad mayor a la de los primeros crossovers, en que una vez más la conclusión de la cinta nos deja buscando la fecha de la siguiente dosis de cine de superhéroes en vena. Todo después de aguantar —otra vez— hasta el último de los títulos de crédito.