Una película de amor. Esto es Lo mejor de mí. Con ello no nos estamos refiriendo a una película de enamoramiento, romántica, acerca de las vicisitudes que ha de superar una pareja para conseguir estar juntos. Es una película sobre el amor. Sobre el amor como ya sólo lo entendemos en las relaciones materno-filiales. Sobre el amor como lo definió Aristóteles: querer el bien del otro, la voluntad por conseguir que lo amado exista plenamente, que sea, que se realice. El amor es algo más que un sentimiento. Es algo que concierne directamente a la voluntad y a la razón.
Empieza bien este comentario: el amor, Aristóteles y una película española... si aún queda alguien leyendo tenemos que decirle que Raquel (Marian Álvarez) es una joven periodista enamorada de Tomás (Juan Sanz). Al conseguir un trabajo como locutora nocturna, Raquel le propone trasladarse a vivir juntos para compartir el mayor tiempo posible. Tomás es atleta y mantiene algún escarceo con una compañera de entrenamiento que le hace reticente. Al poco de empezar a compartir piso, Tomás sufre una crisis hepática que le postra en la cama de un hospital. Necesita la donación de un nuevo órgano.
Nos parece honorable y hermoso que un padre se sacrifique por la vida de un hijo, pero al resto de expresiones de amor les hemos extirpado la dosis de voluntad y razón que le corresponden. Amar se ha convertido en un acto efímero de placer o en una puesta en común de bienes materiales para capear la marea hipotecaria. Lo que erróneamente llamamos amor se disuelve facilmente ante la más mínima adversidad o esfuerzo. Quizá sea nuestra economía de vocabulario la que nos ha hecho llamar así a las múltiples caras del cariño, el aprecio, el erotismo, el afecto o la amistad. Hemos vacíado la palabra y de camino, la idea. Escribió Gabriel Marcel que amar a alguien es decirle tú no morirás nunca.
La debutante directora en largometrajes Roser Aguilar (compañera en la escuela de cine de Barcelona de J.A. Bayona) narra esta historia con virtud de gran maestro: sencillez y expresividad. Con un simple abanico de recursos basados en el encuadre y la luz, relata de un modo ajustado, acertado, perfecto. En menos de 90 minutos nos traslada la emoción de los hechos y su significado sin necesidad de parafernalias, subrayados musicales o diálogos redundantes. Hacía tiempo que no veíamos dotar a un encuadre de tanto significado narrativo. El resto lo ponen el esfuerzo de los protagonistas y el buen trabajo de Isaac Vila en la fotografía. Es difícil conseguir más con menos.