Yoji Yamada cierra su trilogía sobre los samuráis con un melodrama nada sutil que redime la elegancia de su puesta en escena
Tras El Ocaso del Samurái (2002) y The Hidden Blade (2004), el director Yôji Yamada completa su trilogía jidai-geki con Love and Honor, basada como las anteriores entregas en un relato de Shuhei Fujisawa.
Yamada, que tiene ya setenta y cinco años, ha anunciado que no realizará más films de este tipo, y su despedida ha sido a lo grande: Love and Honor consiguió el año pasado diez nominaciones a los premios de la Academia de Cine Japonés, y reventó las taquillas de aquel país (a lo que contribuyó que su protagonista masculino fuese el astro del pop Takuya Kimura).
Como sus antecesoras, Love and Honor se encuadra en un género tan idiosincrásico para los japoneses como el western para los norteamericanos, aunque en las imágenes de los tres films debatan el respeto por valores arquetípicos que complacen al espectador, y el revisionismo que impone una mirada contemporánea y crepuscular. Todo ello resuelto formalmente con un trabajo de puesta en escena tan meticuloso como accesible para el público extranjero. El resultado es que, tratándose en todos los casos de películas irreprochables (especialmente El Ocaso del Samurái), siempre queda la impresión de haber visto productos un tanto prefabricados, ambiguos, de aroma clásico hasta lo rancio.
Este defecto se exacerba en Love and Honor debido a que su planteamiento, de enorme potencial crítico, da paso muy pronto a un desarrollo en exceso melodramático: un samurái descontento con el servicio que presta a su señor —probar su alimento por si está envenenado— queda ciego por culpa de un plato en mal estado. Su mujer se sacrifica para que la familia siga manteniendo el mismo nivel dentro de la comunidad, ahora que su esposo ha sido relevado de su misión. Pero su acto de amor la deshonra, lo que obliga al samurái a desenvainar nuevamente la espada.
Solo la excelente dirección de Yamada, especialmente destacable en el ritual de la comida del señor, el repudio de la mujer y el inevitable duelo final, permite que nos tomemos en serio una película que, pese a apuntes circunstancialmente ácidos sobre la condición servil de quienes se creen caballeros y las angosturas emocionales de un modelo social severísimo, se solaza en situaciones peligrosamente similares a las de cualquier culebrón televisivo nativo, de esos que siempre están viendo los asiáticos cuando uno entra en sus ‘todo a cien’. Además, no sirve de nada manifestar el desacuerdo con ciertos aspectos de un momento sociohistórico para, en el desenlace, primar una figura masculina de rasgos heroicos sobrehumanos y maneras desfasadamente patriarcales.
Aun así, la calidad no ya de la realización, sino también de la fotografía, la sutil banda sonora y las interpretaciones de Kimura, Rei Dan y Takashi Sasano, permiten recomendar una película que no llega a la altura de sus predecesoras pero que, por otra parte, ofrece el interés de marcar con su diferencia de tono una personalidad propia.