Continuando con el boom de cine fantástico que últimamente inunda las salas -brújulas doradas como ejemplo de que no siempre se acierta en taquilla, Nimzys, polvos de estrella, Narnias...- se presenta Las crónicas de Spiderwick, una apuesta más por las adaptaciones infantiles de novelas sumidas en la ambientación mágica. La historia en el caso concreto tiene origen en los textos de Tony DiTerlizzi y Holly Black, y el encargado de plasmarlas en imágenes ha sido Mark Waters, director de producciones tan livianas como Ojalá fuera cierto, y destacado por haber trabajado con Lindsay Lohan (gran curriculum el del Waters).
Debido a la frecuencia con la que nos llega este tipo de proyectos, no es de extrañar que la sorpresa inicial quede irremediablemente reducida ante el abuso de la imaginería visual, dejándonos por tanto limitados a la simple anécdota. Tanto es así que el universo maravilloso plagado de hadas, trasgos y demás criaturas ha pasado a formar parte de la memoria colectiva de varias generaciones y ahí Spiderwick tiene poco que aportar.
Mediante el retrato de la típica familia media americana que tiene a Mary Louise Parker (Tomates verdes fritos, su cinta más celebrada) y Freddie Highmore (Charlie y la fábrica de chocolate) como rostros más conocidos (al margen del cameo de Andrew McCarthy, todo un ídolo en los ochenta) Las crónicas de Spiderwick se aventura en la exploración de un mundo paralelo en el que los niños se revelan como los verdaderos protagonistas de la historia. Con sus manidos ingredientes, Mark Waters confecciona un ejercicio que no logra rebasar el mero entretenimiento a pesar de su conseguida fuerza visual y de tener a un escritor como John Sayles en la recámara -casualidades de la vida, también participa en el filme el actor fetiche de Sayles, David Strathairn-. Con todo diremos que esta ración de crónicas contentará sin alardes a su audiencia potencial, dígase niños y niñas fascinados por toda clase de bichos parlantes.