Tras un par de cintas que entroncaban de pleno con su versión de cineasta trascendente (Lincoln y El puente de los espías), Steven Spielberg retoma su vena lúdica con esta adaptación del siempre socorrido Roald Dahl, narrador británico que ha conocido todo tipo de versiones a partir de sus novelas y relatos: sin ir más lejos, El gran gigante bonachón ya había tenido traslación al mundo de la animación tradicional allá por 1982.
Spielberg encuentra aquí el punto intermedio entre su modus operandi y el de las historias de Dahl, basculando entre su sentimentalismo y la mordacidad de algunas de las situaciones narradas por el galés en su momento. La historia tarda en arrancar y peca de excesivamente expositiva mientras asistimos al encuentro de la niña huérfana y el bondadoso gigante que la protagonizan. A partir de ahí nos esperan casi dos horas de una trama bastante simplista e infantil, con un conflicto muy básico (y predecible) que se resuelve casi a fuerza de deus ex machina, y cuya simpleza básicamente sirve para que nos fijemos en otras cuestiones de fondo, tales como el choque de culturas o la fuerza de los sueños, siempre guiados de la mano de los dos marginados en sus respectivos mundos.
Aunque se aprecian los esfuerzos realizados por transmitir cierto tipo de mensajes positivos a los más pequeños que acudan a la sala –eso sí, el momento álgido del humor es un chiste... ¡de pedos!–, queda sin embargo la impresión de que posiblemente la historia original hubiera dado para algo más relevante o incluso emocionante, ya que una vez concluida la proyección predomina la sensación de vacío. Ya es cosa de cada espectador llegar a la conclusión (o no) de que nos hallamos ante la nueva E.T., el extraterrestre, como la promoción se ha encargado de machacar.
En la parte más positiva, destaquemos el despliegue visual, tanto en los efectos como en la integración de la joven Ruby Barnhill –una actriz con bastante chispa– con su entorno, pese a que en algunos momentos y planos secuencia notamos cierta saturación de imágenes (algo que ya ocurría en Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio, del propio Spielberg). De todos modos, no dejan de venirnos a la mente escenarios y personajes de El Hobbit y su universo, ya que en ese sentido la película no innova excesivamente.