La vida de los géneros cinematográficos está más allá de modas pasajeras. Las situaciones y escenarios que plantean son idóneas para tratar algunos temas muy ricos en experiencias humanas. Sucede con el western, género cinematográfico por antonomasia, que basado en un contenido histórico apenas existente baraja siempre unos contextos tan determinantes (vida, muerte, honor, orgullo) y conocidos que permite crear situaciones muy ricas. Algo similar podría suceder, por poner otro ejemplo curioso, con las películas de submarinos, todo un subgénero que reaparece cada dos décadas. O mucho más claramente con las películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial o “de nazis” como se las conoce popularmente.
El peligro de los géneros está en hacerse cómodo en sus reglas, en las normas que hacen funcionar las historias sin superarlas, sin plantear variaciones que hagan al público pensar que no está viendo la misma película que ya vio. En Los Falsificadores, la pereza inicial que sobrevuela al hecho de volver a ver narrados los crímenes de aquella masacre, es superado desde el inicio con acierto y soltura. Salomón Sorowitsch (excelente Karl Markovics) es un falsificador de origen judío, hedonista, egocéntrico y nihilista. Es un artista de la falsificación, el mejor, y su especialidad son los billetes bancarios. Es atrapado en Berlín en plena ebullición nazi, lo que le lleva indefectiblemente a un campo de concentración. Su experiencia como buscavidas, como superviviente natural, le hace destacarse entre sus compañeros al halagar a los oficiales nazis con dibujos y murales. Él y otros pocos compañeros se ven trasladados a otro campo donde se les encarga una extraña misión secreta: fabricar moneda falsa, libras esterlinas y dólares americanos para provocar la bancarrota del ejército aliado. Es la Operación Bernhardt.
El director Stefan Ruzowitzky realiza una narración de buen ritmo, basado en secuencias cortas de estructura algo teatral (los actores son los que se mueven dentro del cuadro y no la cámara) y un montaje rápido, picado, (Britta Nahler) que no se recrea en los sentimientos y situaciones que dicho genero ha explotado suficientemente. Además, el asunto de la película es un tema moral de cierta originalidad que enfrenta a dos antagonistas: Sorowitsch, dispuesto a hacer lo que sea para llevar a cabo las falsificaciones y salvar su pellejo y Adolf Burger (August Diehl), que una y otra vez sabotea el proyecto alegando que su éxito ayuda a los nazis a aniquilar a sus compatriotas. Las dos actitudes ante el mismo problema y la responsabilidad de las vidas humanas que hay en juego configuran el auténtico e interesante tema de la película.
Óscar a la mejor película extranjera 2008, Los falsificadores es un viaje en espiral de su protagonista desde el hedonismo absoluto hasta posiciones más humanas y menos materialistas en cuyo recorrido ha ido viendo caer a quienes no pudieron, no supieron o no quisieron continuar luchando por su vida.