Comedia romántica con y para maduritos cuyo desarrollo no podría creer, paradójicamente, ni un adolescente
No vamos a pedir que todas las películas en torno a las servidumbres que impone la familia o al cuestionamiento de los propios valores en la mediana edad estén dirigidas por Ingmar Bergman, Woody Allen, Alexander Payne o Todd Solondz. Ya se sabe que el talento es lo menos democrático que hay en el mundo y, además, los espectadores nos veríamos obligados a admitir en el cine demasiadas verdades como para soslayarlas después en nuestras vidas llenas de imposturas.
Ahora bien, lo que tampoco parece justo es tener que soportar, semana sí semana también, comedias dramáticas tan falsas como la reciente Juno o esta protagonizada por Steve Carell que, planteando problemas con los que cualquiera podría identificarse, optan después por tratarlos de una manera tan próxima al cuento de hadas que uno al salir del cine ha de tentarse frenéticamente los bolsillos para comprobar si le han robado la cartera. Y no es que los cuentos tengan nada de malo, salvo cuando se nos venden con proclamas que insisten en la verosimilitud de sus argumentos.
Tanto el título original como el español —Dan in Real Life, Como la Vida Misma— de la segunda realización de Peter Hedges tras Retrato de April (2003) subrayan la presunta intención de desarrollar, en palabras del co-productor Jon Shestack, “una historia viva” que refleje “todos los temas importantes de la existencia”. Y durante los primeros minutos cuela: Dan (Carell), un escritor que pontifica desde una columna periodística —como nosotros, vaya— sobre las relaciones familiares, a duras penas empatiza con sus propias hijas, desbordado como está por la muerte unos años atrás de su mujer. Dan se ha resignado a que cada día, sea, sin más, otro día. Hasta que con ocasión de la reunión anual que celebra su parentela se enamora de Marie (Juliette Binoche), la nueva novia... de su hermano Mitch (Dane Cook).
La película empieza a hacer agua llegado ese punto al desatender por sistema las implicaciones adultas que laten en la trama, y primar en cambio la excentricidad amable, el humor de resbalón y tartamudeo, las irritantes canciones lo-fi de un tal Sondre Lerche (que intentan suplir lo que deberían aportar los diálogos), y un estancamiento narrativo fruto de que tanto los artífices de la película como nosotros sabemos desde el minuto uno cómo va a terminar y, por desgracia, la predicción se cumple a rajatabla.
El guión de Hedges y Pierce Gardner, así como la puesta en escena, prestan solidez al entramado de relaciones que tienen lugar en casa de los padres de Dan, apreciándose en esto la experiencia como dramaturgo y novelista del director. Pero es un bagaje muy pobre en comparación a los vacíos galácticos en lo que toca a Dan y su esposa fallecida, las contradicciones entre su labor como articulista y su comportamiento personal, o el efecto de sus sentimientos hacia Marie en su relación con Mitch (que también acabará comiendo perdices gracias a uno de las argucias más grotescas que hemos visto en mucho tiempo).
Únicamente las presencias de Steve Carell, que está demostrando poco a poco una sorprendente versatilidad, y de una encantadora Juliette Binoche salvan una película que, aspirando a que su protagonista afronte el mundo real, no hace sino delatar su impotencia como creación artística para hacer lo mismo.