Los listillos no suelen caerle bien a nadie. De ahí que resulte irritante la insistencia de los responsables de Ahora me ves (Louis Leterrier, 2013) en que sigamos apoyando con nuestro dinero las andanzas de los Jinetes, ese grupo de magos, ilusionistas y escapistas que, a modo de modernos émulos de Robin Hood, redistribuyen la riqueza ayudándose de sus múltiples trucos.
Hubo entre el público y la crítica quienes hace tres años defendieron la propuesta de aquella producción, y mucho nos tememos que serán los mismos (y los únicos) que quieran encontrar virtudes en su secuela, si es por el camino no se descuelga más de uno que en aquel momento considerara graciosa y fresca la idea, pero que ante la avalancha de despropósitos de su secuela vea por fin la luz y la aborrezca.
El film podría entrar en la misma liga de un programa televisivo como El hormiguero: en su mayor parte es una mera muestra de virguerías –exhibicionismo puro y duro en el caso de la escena donde se van pasando un naipe de unos a otros, alargada hasta la extenuación–, un envoltorio tirando a espectacular donde unos charlatanes desbocados, casi de feria, van fardando con poca gracia de sus diversas fullerías. Como muestra un botón: incluso el villano de la función se enfada en un momento determinado porque no le dejan llevar a cabo en condiciones su monólogo explicativo.
El envoltorio mencionado también tiene que ver con el dinero invertido, y con las caras conocidas que van apareciendo en pantalla, tanto las nuevas incorporaciones –Lizzy Caplan tiene un magnetismo innegable, pero se la ve desaprovechada en medio de este argumento– como las habituales de la saga. Cuantos más actores famosos mejor, cuanto mayor sea el metraje mejor... y así acabamos presenciando un producto hipertrofiado, de nulo realismo, repleto de efectos especiales para disimular la imposibilidad de los trucos planteados, que se nos muestran de forma tan descabellada que resulta absurdo. Obviamente, o entras en el juego de la película (aunque lo creemos harto complicado) o no tarda demasiado en convertirse en un suplicio soportar su nivel de desfase. La mejor maniobra de escapismo sería la del espectador que decidiera salir huyendo de la sala de proyección.
No tenemos ninguna duda de que esta será una de esas cintas donde los actores se lo habrán pasado genial durante el rodaje, y además habrán invertido un montón de horas practicado con las cartas y demás cachivaches que aparecen en el guion, desarrollando de paso una camaradería que (dirán ellos) atraviesa la pantalla, pero es una pena que el espectador solo vea ese grupo de listillos que mentábamos en el arranque del artículo. Nos da igual que los protagonistas sean manipulados por alguien más listo que ellos, y los sucesivos giros sorpresivos consiguen enervarnos más todavía. Acostumbrados como estábamos a cierta elegancia en la ejecución de sagas como la de Ocean’s eleven o Misión: Imposible, es difícil comulgar con las piedras de molino que aquí se nos proponen, toscas y cargantes.
En un momento determinado del film se nos recuerda que la magia es el control de la percepción. Es una lástima que los responsables del mismo no se hayan aplicado el cuento: durante su visionado nuestras percepciones están tan saturadas y apabulladas que es imposible disfrutar del resultado final.