La primera película del debutante Roberto Santiago tras su exitoso y sabiamente moderno corto "Ruleta" tiene, por lo menos y como dato más destacable, el espíritu rastrero.
No es que eso ayude a que el resultado final sea plenamente feliz, pero ver en una pantalla de cine comercial secuencias -desgraciadamente, las pocas- tan atrevidas y cáusticas como las que drena a veces la pantalla de "Hombres Felices", es algo ya a su favor; por lo menos para con esto de las críticas, que siempre se presuponen a favor de la transgresión de viejas normas para coronar un arte nuevo, y supuestamente, mas alto, guapo y mejor.
"Hombres Felices" funciona como una película de cortos; sus secuencias son cada una independientes, es decir, empiezan y acaban y luego pasa a otra; pero no es que "una lleve a la otra"; son todas las secuencias pequeños cuentos con los mismos personajes -que no capítulos con continuidad- que se reúnen bajo un mismo libro.
Este tipo de películas son las especialidad del maestro newyorkino Woody Allen; sus películas que tienen esa estructura, a pesar de ser como capítulos, no pierden sensación de unidad, ni de verismo. Ni por supuesto de causticidad.
En cambio, la primera película de Roberto Santiago pierde consistencia al dotar unas secuencias de más peso -las mejores- ante otras -obviamente, amigos, las peores-. Son como malos baches en el camino. Supongo que inconscientemente, pero ello hace a la sana cáustica línea del film partirse en varias partes cuando las dos últimas secuencias -entre los más lamentables finales que he tenido el dudoso gusto de contemplar- las más flojas, terminan de rematar la correcta cinta que podía haber sido, mortalmente. Una pena. Sin duda los hombres nunca podremos llegar a ser felices.