En la escena inicial de esta película, y durante el transcurso de una comida en un restaurante japonés, Blanca (Silvia Abascal) le relata a su tía Bárbara (Verónica Forqué) los tres días de ensueño que ha pasado al lado de un chico maravilloso, asegurándole que se trata sin duda del hombre de su vida. Sin embargo, cuando ambas descubran que el galán en cuestión lleva cierto tiempo supuestamente muerto, no tardarán en embarcarse en una extravagante investigación para saber qué es lo que ha sucedido en realidad.
Enloquecidas llega a nuestras pantallas dirigida y coescrita por Juan Luis Iborra (responsable en su momento de cintas tan discretas como Tiempos de azúcar o Valentín), y según consta en su nota de prensa su objetivo es dar una imagen renovada de la sociedad urbana, a través de una comedia repleta de personajes bastante alocados que se agrupan en torno a una trama cuya principal línea son las indagaciones de las dos protagonistas para resolver el misterio.
Sin embargo, y pese a todas las buenas intenciones que se pudieran tener en un primer momento, Enloquecidas naufraga desde bien temprano gracias a un guión digno de cualquier serie televisiva española hecha sin demasiado criterio. La excusa para que la película se ponga en marcha resulta tan endeble que da risa, y su posterior desarrollo no hace sino añadir capas de vergüenza ajena adicionales a una historia que se torna más bochornosa a cada nueva situación que presenciamos.
Para más señas, digamos que hay una escena que tiene lugar en las cabinas de proyección de un festival erótico donde podríamos cambiar a Forqué y Abascal por los Esteso y Pajares de hace 30 años y el tipo de humor no se resentiría en demasía. Españolada del siglo XXI lo han llamado por ahí. En fin, peores apelativos se nos ocurren.
La elección de actores es lo menos desdeñable (por allí anda gente de la talla de Juli Mira o Lluís Homar), pero la gran mayoría de los intérpretes no consiguen salir airosos del gran escollo de esta película: los artificiosos y rebuscados diálogos. Apenas Concha Velasco otorga auténtica credibilidad a su personaje, siempre y cuando obviemos cierta escena en que contesta al móvil mientras representa una obra teatral.
Si los chistes facilones y trasnochados relacionados con el sexo, el alcohol o los porros no bastasen para ayudar a los espectadores a abandonar la sala antes de hora, citemos también el montaje, tremendamente torpe en las transiciones y lleno de primeros planos poco justificados, casi sacados de un manual de cómo no se debe rodar.
En definitiva, hay que hacer mucho la vista gorda para obviar los defectos de esta cinta, y además tener un día muy tonto para reírse con alguna de sus supuestas gracias.