Una película equiparable a la interpretación de Jake Gyllenhaal, que se pasea por los planos anestesiado
Como correspondería también al sector mayoritariamente progresista del cine español, cuyo ensordecedor volumen a la hora de clamar contra Bush, el Prestige o la caza de focas es inversamente proporcional a sus talentos estrictamente artísticos, los llamados liberales de Hollywood deberían hacer autocrítica después de la desastrosa recepción que ha tenido el alud de películas estrenadas en los últimos tiempos con la política exterior norteamericana y la historia reciente de Oriente Medio como objetivos.
Y es que, exceptuando el León de Plata al mejor director concedido a Brian De Palma por Redacted en la Mostra veneciana, y la nominación al Oscar como mejor actor para Tommy Lee Jones por En el Valle de Elah, pocos han sido los reconocimientos críticos o académicos obtenidos por todas estas cintas, y eso sin hablar de las exiguas cifras de taquilla. Y, si bien es verdad que el deprimente público actual es un termómetro poco eficaz para determinar la calidad de una película, no es menos cierto que, contempladas con objetividad, es probable que propuestas como Leones por Corderos, Un Corazón Invencible, La Guerra de Charlie Wilson o Cometas en el Cielo no dejen en la historia del cine más huella que la pertinente en futuros análisis sobre el actual contexto sociohistórico.
Lo mismo sucederá, nos tememos, con Expediente Anwar, una producción de prestigio con la que New Line Cinema ha tirado la casa por la ventana: el director sudafricano Gavin Hood, ganador del Oscar a la mejor película extranjera en 2006 por Tsotsi; un reparto que incluye a un buen número de nominados y/o ganadores del Oscar como Jake Gyllenhaal (Brokeback Mountain), Reese Whiterspoon (En la Cuerda Floja), Meryl Streep (El Diablo viste de Prada) y Alan Arkin (Pequeña Miss Sunshine); y profesionales de altura en todos los aspectos técnicos, con mención especial para el fantástico trabajo del director de fotografía Dion Beebe, lo mejor sin duda de Expediente Anwar.
Sin embargo, una vez más, no bastan ni la aplicación ni las buenas intenciones para que una película deje poso en la memoria. En el haber del desconocido guionista Kelley Sane, su habilidad para, partiendo del secuestro de un ingeniero norteamericano de origen egipcio por parte de los servicios secretos USA debido a su presunta implicación en un brutal atentado fundamentalista, ofrecer las tres facetas del asunto: la del detenido y sometido a torturas sin juicio, a quien busca desesperadamente su mujer con la ayuda de un asesor del Senado; la de aquellos que creen estar actuando, si no justamente, sí por el bien de una gran mayoría amenazada por el terrorismo islamista; y la de quienes, bajo la dictadura de la pobreza y los regímenes apoyados por Washington, ceden al perverso encanto de la autoinmolación y la matanza de inocentes.
Esa estrategia, así como cierto sentido del suspense, mantienen el interés del espectador hasta un punto en el que comprendemos que no habrá más que la simple exposición de hechos, que los personajes son simples portavoces de posturas políticas y morales, que no cabe esperar de Expediente Anwar más de lo que podría ofrecernos un buen reportaje televisivo de actualidad. Que, de nuevo, la intromisión de lo documental, lo realista y lo objetivo en la ficción ha despojado a esta de todo su valor metafórico, de esa capacidad para desvelarnos verdades que poco tienen que ver con los datos y mucho con lo eternamente humano.
No es suficiente que, en el desenlace, quizás por forzar un clímax narrativo, se nos intente sorprender con un encabalgamiento de tiempos que creíamos simultáneos y que denota la persistente influencia del guionista Guillermo Arriaga (Babel); o con un acto personal de compromiso que abre, como diría alguno, “una rendija a la esperanza”. Son recursos desesperados para otorgar independencia creativa a una película que no sabe hacer otra cosa que intentar ganarse medallas a costa de reflejar nuestro presente sin matices profundos.
La inoperancia dramática de Expediente Anwar tiene un correlato especialmente doloroso en las interpretaciones: a Meryl Streep y Alan Arkin les sobran cuatro frases para hacerse con cada escena en la que aparecen, y lo mismo es aplicable al más joven Peter Sarsgaard. Pero Whiterspoon resulta, para variar, poco menos que insoportable haciendo mohines para no llorar y arrastrando un tripón de embarazada, mientras que Jake Gyllenhaal parece haberse fumado algo ilegal antes de cada entrada en plano. A ambos les queda mucho por demostrar como actores, no importa cuántas estatuillas doradas digan lo contrario.