Han pasado más de cincuenta años desde que George Orwell escribiera Rebelión en la granja. Aunque el panorama político haya cambiado, su mensaje de fondo -la idea de que el poder engendra corrupción- sigue vigente al apelar a la naturaleza del hombre.
La cita viene a cuento de que tanto en la famosa obra de Orwell como en la olvidable película que nos ocupa, los animales son los elegidos para dar cuerpo a estos instintos inherentes a la naturaleza humana. Pero lo que tenía este mensaje de valiente, lo tiene hoy de repetitivo y cansino. Muchos han hablado antes, más claro y mejor, sobre los temas que se desgranan aquí, sin embargo no podemos negarle al film cierta innovación y ganas de incomodar y protestar.
Esta innovación se extrapola a la estética, cuidada desde el diseño de los animales hasta el detallismo de los paisajes. Hace gala de un potente apartado gráfico curiosamente con una realización en flash, formato nacido para dar soporte multimedia a internet y cuyo mayor exponente en la animación española era hasta el momento el antihéroe Cálico Electrónico (del mismo estudio que la cinta que nos ocupa).
Otro punto a su favor, es el formidable elenco de actores que ponen su voz al servicio de la historia. Pablo Carbonell, José Coronado o Enrique San Francisco doblan a la dicharachera fauna del film, con un resultado acertado. Pero de la misma manera que su pretencioso argumento y la llamativa apuesta visual, no logran salvar una trama pobre, que adolece de muchas lagunas y puntos negros.
Así, la historia avanza a trompicones, con escenas mal resueltas y otras alargadas y estiradas hasta la extenuación. La efectiva banda sonora maquilla pero no logra disimular una falta de ritmo que llega a incomodar y que empieza a hacerse patente en la segunda mitad del film. El interés del espectador va decayendo, dejándose llevar con piloto automático a las situaciones cada vez más absurdas que la historia va planteando.
Con todo lo realmente desesperante es que a pesar de ser una película dirigida a un público adulto (o eso hacen pensar lo enrevesado de su argumento y las continuas palabras malsonantes) no acaba de encajar con un humor que se desarrolla de forma infantil, más propio de una tarde de circo que de una sátira política. El resultado es un el propio de un producto irregular, con virtudes pero una gran carencia narrativa que lapida y empequeñece La crisis carnívora haciendola parecer una leve recesión.