Mujeres muertas

A propósito de su ópera prima, un ambiguo drama sobre la búsqueda femenina de un sustituto del padre titulado Blue Car (2002), la guionista y directora Karen Moncrieff manifestaba que los cuentos de hadas mainstream sobre esos temas podían tener su utilidad, pero que también era importante que los jóvenes vieran “reflejos de su propia vida en pantalla”, que se identificasen con personajes cuyos dilemas fuesen “similares a los suyos”.

Viendo su segunda película, The Dead Girl, uno se pregunta qué tipo de terrible pasado acarrea Moncrieff, o si es que aún no ha descubierto que cuentos puede haberlos de muchas clases; incluso los que, camuflados bajo el envoltorio de ficciones que apelan a un hiperrealismo formal y argumental, se asfixian finalmente en un océano de clichés que delatan cuán arraigados están todavía arquetipos rancios como, por ejemplo, los que perpertúan cierta imagen débil y frustrada de las mujeres.

Las cinco protagonistas de los otros tantos relatos independientes que componen The Dead Girl (titulados La Extraña, La Hermana, La Esposa, La Madre y La Chica Muerta), están tan muertas anímicamente como lo está físicamente la joven asesinada que las liga a todas, y con cuyo descubrimiento se abre el film. Pero, sobre todo, están atrapadas en la concepción creativa de Moncrieff, que las sume primero en una producción alternativa de manual —estructura coral, retrato social sórdido, textura feísta— y después en una serie de situaciones vistas demasiadas veces y, lo peor, en las que las mujeres continúan siendo víctimas irresponsables con las que 'solidarizarse': hijas reprimidas, madres amargadas, autistas emocionales, esposas de vieja escuela, pobres prostitutas, etc etc. El cuadro no estaría completo ni sería comprensible sin sus, por supuesto, esquemáticos correlatos masculinos: tarados, ilusos, pederastas, zombies, chulos, asesinos en serie... lo normal.

Con semejante panorama, incluso admitiendo que la fotografía, el montaje y casi todas las interpretaciones son excelentes, y que abundan los momentos llenos de sentido y sensibilidad, la impresión final que provoca The Dead Girl es una mezcla de impotencia, vacío y depresión. Cóctel que algunos degustarán con delectación creyendo encontrarse ante una película concienciada, "real como la vida misma", de esas que les permitirán sentirse mejores “personas humanas”, y que a algunas espectadoras les servirá para seguir afianzando su interesada condición de sufridoras por culpa del macho paternalista y opresor; sin darse cuenta de que entre la niebla narcotizante de tópicos cinematográficos y existenciales se están perdiendo un mundo real mucho más complejo que el reflejado por cuentos de hadas, tanto da si hollywoodenses o nominados a los Independent Spirit Awards.