A comienzos de la década de los 90 se colaron en nuestra cartelera un buen número de estrenos que explotaban de manera recurrente un mismo tema: el del psicópata que irrumpía con tremenda malicia en la vida de la gente corriente para ponerla patas arriba. Así, títulos como La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992), De repente, un extraño (John Schlesinger, 1990) o Mujer blanca soltera busca (Barbet Schroeder, 1992) nos mostraban lo que pasaba cuando los protagonistas se veían inmersos en una situación donde llegaban a sentirse, como bien reza el título original de Chantaje -la que aquí nos ocupa-, como una mariposa aplastada por una rueda.
En este caso, un matrimonio aparentemente feliz formado por Neil (Gerard Butler, el Leónidas de 300) y Abby (Maria Bello) deberá enfrentarse a un individuo que, amenazándolos con matar a su hija pequeña si no le obedecen, les obligará a realizar una serie de actos que harán tambalearse lo que hasta ese momento podría pasar por una tranquila existencia. Poco más puede decirse si no se quiere destripar la trama en demasía, salvo que desde el principio el espectador ignora cuál es la motivación detrás de los pasos que el villano (Pierce Brosnan) va haciéndoles tomar, y ahí reside una de las supuestas gracias de esta producción.
Sin embargo, el ambiente que se crea en esta Chantaje, pese a lo que sería deseable para construir una aportación digna dentro de este género, dista mucho de resultar inquietante. Si la comparamos con Funny Games (Michael Haneke, 1997) por ejemplo, donde allí teníamos un angustioso viaje nocturno aquí nos limitamos a contemplar lo que sería un paseo por el parque a media tarde, por seguir con la metáfora. En ningún momento se consigue hacernos partícipes de la tragedia y la impotencia que se supone que están viviendo los personajes, ya que la orquestación de la trama deja bastante que desear, inventando justificaciones poco trabajadas y tramposas para que los protagonistas no acudan a la policía a las primeras de cambio, y echando por tierra en muchas escenas la mínima credibilidad que valdría la pena exigir.
Los actores cumplen sobradamente (especialmente Pierce Brosnan), pero por desgracia no puede decirse lo mismo de sus personajes, que van dando bandazos entre el patetismo barato y la exageración. De todos modos, quizá la explicación final de los hechos (que incluye otro giro sorprendente tan típico de los argumentos de hoy en día) podría utilizarse como excusa para justificar o aliviar alguna de las decisiones tomadas por ellos durante la hora y media anterior, pero de todos modos la ridiculez supina de dicha explicación –¿recuerdan The game (David Fincher, 1997)?– y todo lo que ello supone acaban por convertir en humo todo lo presenciado previamente, pese a lo que ya hubiéramos podido intuir gracias a las poco sutiles pistas que se van dejando caer.
Resumiendo, un thriller sin demasiada tensión basado en un punto de partida tan ridículo que cuesta mucho reprimirse y no desvelarlo. Ahora bien, si quieren averiguarlo tendrán que acudir al cine.