Si una dedica unos momentos a pensar en los títulos que se ponen a las películas, no tardará en darse cuenta de que aquellas con nombres o frases ridículas parecen condenadas a convertirse en malos proyectos. A pesar de las excepciones, que las hay, esta contribuye a reforzar la teoría. Una producción con el elaborado título de Algo pasa en Las Vegas (What Happens In Vegas en su versión original) tiene el detalle de alertar al espectador desde un principio de aquello con lo que se va a encontrar. Un título tan original como la propia cinta.
Dos desconocidos acaban casándose tras una noche de juerga y borrachera en Las Vegas. Sus planes de separación se verán truncados tras ganar un premio conjunto en el casino. Para poder cobrarlo, deben convivir durante unos meses, por lo que cada uno intentará hacerle la vida imposible al otro para poder quedarse con su parte del dinero. Sin embargo, a ningún espectador se le escapa lo que termina pasando finalmente.
La historia no contiene nada más, pero al menos no engaña a nadie, es lo que pretende y promete ser, puro entretenimiento al servicio de dos habituales del género, Ashton Kutcher y Cameron Díaz, dos comediantes que se mueven como pez en el agua en una historia diseñada a medida, especialmente a la de ésta última (inevitable la “coincidencia” Algo pasa en Las Vegas, Algo pasa con Mary...), buena actriz cuyo registro, sin embargo, empieza a cansar por reiterativo.
Esta típica propuesta sobre la eterna guerra de sexos maneja con soltura todos los tópicos sobre hombres y mujeres, dando lugar a una serie de gags y chistes fáciles, previsibles pero eficaces, que funcionan a la perfección y provocan risa (o al menos la sonrisa) en el espectador, a pesar de que ni una sólo gracia o diálogo de la película resulte original, sorprendente o diferente de lo ya visto en alguna de las miles de producciones enmarcadas dentro del maltratado género.
La fórmula acaba mezclando romance almibarado, humor, un montaje rápido y moderno, actores jóvenes y guapos y una banda sonora con los últimos éxitos del pop actual. Y no necesita más para triunfar. Aporta una hora y media agradable como prototipo perfecto de película de industria, hecha para ser consumida y olvidada exactamente con la misma rapidez con la que su guionista la escribió.
No puede evitarse hacer una referencia a la cada vez más alarmante desidia y falta de interés por intentar sacar proyectos que aporten algo más al espectador. Al público se le ofrece lo que ya triunfó con anterioridad. Funciona, así que no se necesita nada más.
Por nuestra parte, entonces, sólo cabe preguntarse cómo es posible que sigan funcionando unas historias irreales que, en el fondo, nadie se cree, pero que debe ser todos hemos deseado vivir alguna vez. Y a falta de que tengan lugar en la vida real, acudimos al cine... una y otra vez.