Cada país tiene su propio humor, y eso, inevitablemente se ve reflejado en la forma de hacer cine, aún cuando el producto tiene la finalidad de ser exportado a cuantos más países mejor, algo habitual en el cine americano. Está claro que “Mortadelo y Filemón”, auténtico fenómeno en las salas españolas, sería despreciada e incomprendida al otro lado del charco. Pero esto es aplicable también a la inversa, siendo “Escuela de Rock” un ilustrativo ejemplo de ello.
Surgido de la cantera del Saturday Night Live, el payaso reconvertido en actor Jack Black, interpreta aquí a Dewe Finn, único y omnipresente protagonista de la cinta. Su personaje es una imitación de nuestro Torrente, pasado eso sí, por el tamiz de la corrección política estadounidense. De esta manera el personaje pierde el elemento esperpéntico, pasando a ser un simple fracasado de la calle. Loser en la terminología yanqui.
Ya que el protagonista no tiene gancho alguno, cabría esperar que los guionistas trabajaran creando una historia mínimamente original. Pero no.
La película cuenta la historia de Finn, un rokero venido a menos que acepta un trabajo como profesor sustituto haciéndose pasar por otra persona. Una vez en la escuela enseñará a los niños a romper las reglas, a ser ellos mismos, a desafiar a la autoridad y demás clichés, para formar un grupo de rock. Vamos, exactamente el mismo argumento que en “Sister Act”, cambiando eso sí, los hábitos por la chupa de cuero. Pero el cambio más significativo es que Jack Black no es Whoopi Goldberg, y los chistes que en boca de aquella Goldberg tenían su humor, dichos por Black apenas consiguen arrancar una sonrisa.
Y es que después de tanto profesor enfrentado al sistema, y de tantos alumnos díscolos, el camino muchas veces recorrido se hace largo y tedioso. Y si se recorre con Michelle Pfeiffher, (Mentes Peligrosas), o Julia Roberts, (La Sonrisa de Mona Lisa) tiene un pase. Pero si nuestro compañero de viaje es el último imitador frustrado de Jim Carrey, el resultado es “Escuela de Rock”, una película aburrida, que reincide en los tópicos propios del género, pretendiendo insuflarlos de un humor inexistente.
Y además desaprovecha una secundaria maravillosa, como es Joan Cusack, único reclamo de esta producción para el lucimiento de un actor que no tiene nada que lucir.