INDY, MARION, MUTT Y LOS SOVIETS
La búsqueda de la Calavera de Cristal de Akator, un objeto de gran valor arqueológico que también desean los soviéticos por unos supuestos poderes paranormales que les permitirían dominar la Guerra Fría, conducirá a Indy hasta una civilización perdida del Perú. En su camino habrá tiempo para nuevos compañeros de viaje, como el arrogante motero Mutt Williams (LaBeouf); el competidor y pese a todo amigo George ‘Mac’ Michale (Ray Winstone, protagonista de ‘Sexy Beast’); el enloquecido profesor Oxley (John Hurt, a quien acabamos de ver en ‘Los Crímenes de Oxford’); Charles Stanforth, colega del profesor Jones en la Universidad de Yale (Jim Broadbent, ‘Arma Fatal’); e Irina Spalko, una agente soviética implacable que encarna Cate Blanchett (‘Babel’) tomando como referencia a la temible Rosa Klebb de ‘Desde Rusia con Amor’.
Pero también habrá espacio para rostros conocidos, y más concretamente el de Marion Ravenwood, el gran amor en la vida de Indy, con quien ya compartió ‘En Busca del Arca Perdida’. Karen Allen vuelve al papel más célebre de una carrera tan discreta que tras ‘Starman’ (1984), ‘Malcolm X’ (1992) o ‘En la Habitación’ (2001) dio paso a la calceta, afición que Allen ha convertido en rentable negocio.
Si no hay otras presencias recurrentes en ‘La Calavera de Cristal’ se debe, en el caso de Denholm Elliott, que interpretó a Marcus Brody, mentor universitario de Indy tanto en el Arca Perdida como en La Última Cruzada, a su fallecimiento hace unos años víctima del sida. Y por lo que respecta a John Rhys-Davies, que apareció en los mismos títulos que Brody en la piel del bonachón Sallah, su ausencia se ha achacado a problemas de agenda. Los rumores no descartan, en cualquier caso, sabrosos cameos...
VEINTE AÑOS DE PREPRODUCCIÓN
Es poco sabido que cuando, a finales de los setenta, el director Steven Spielberg y el productor George Lucas presentaron a Paramount Pictures el proyecto de ‘En Busca del Arca Perdida’, llegaron a un acuerdo para desarrollar hasta cinco películas sobre Indiana Jones. Si la magia se agotó en La Última Cruzada —cuyos últimos planos son una despedida en toda regla— fue porque, en opinión de George Lucas, resultaba difícil encontrar temas que mantuviesen la saga a un nivel aceptable. Fueron planteándose ideas y guiones que no terminaban de satisfacer a los principales implicados, y con el correr del tiempo la primera decisión en firme afectó obligadamente a la época en que debería de tener lugar el cuarto film: los años 50, con lo que ello implicaba en cuanto a estética y motivos propios de la ciencia ficción y la serie B.
Entre 1992 y 1995 Jeb Stuart y Jeffrey Boam ya habían escrito historias muy completas centradas en los soviéticos, la amenaza nuclear y los platillos volantes. Y, aunque algunos de esos elementos fueron desechados, poco a poco iba perfilándose una dirección que ayudó a concretar el interés personal de Lucas por las calaveras de cristal, reliquias que fueron incluidas en las cuatro novelas de Indiana Jones escritas por Max McCoy y en el parque temático sobre el personaje abierto en Japón en 2001.
Cuando uno de los hijos de Spielberg le preguntó que cuándo habría una nueva aventura del arqueólogo, el director hizo caso a Harrison Ford, que llevaba insistiéndoles a él y a Lucas desde hacía mucho con la misma petición, y se contrató a M. Night Shyamalan (‘El Sexto Sentido’) para escribir un guión en firme. Shyamalan, gran admirador de ‘En Busca del Arca Perdida’, abandonó el proyecto sobrepasado por la responsabilidad, y le sucedieron Tom Stoppard (‘Shakespeare Enamorado’), Stephen Gaghan (‘Syriana’), Frank Darabont (‘La Niebla’) y Jeff Nathanson (‘Atrápame si Puedes’). Fue en definitiva a David Koepp, que ya había firmado para Spielberg los guiones de ‘Parque Jurásico’, ‘El Mundo Perdido’ y ‘La Guerra de los Mundos’, a quien le cupo el honor de dar con la fórmula mágica que satisfizo a Ford, Lucas y Spielberg.
CALAVERAS DE CRISTAL: ¿RELIQUIAS REALES?
El Arca Perdida de la Alianza, la Piedra Sagrada de Sivalinga y el Santo Grial, intereses previos de Indy, eran objetos míticos. Pero las calaveras o cráneos de cristal existen. Otra cosa es que su origen sea precolombino y que posean poderes místicos como aseguraba Frederick Albert Mitchell-Hedges (1882-1959), el descubridor del más conocido de los trece cráneos tallados en cuarzo que según la leyenda habría dejado tras de sí una fastuosa civilización hoy desaparecida.
Mitchell-Hedges, que para los escépticos adquirió la calavera —manufacturada, según posteriores estudios, en el siglo XIX— en una subasta de Sotheby’s, prefería contar que la había encontrado en 1924, durante unas excavaciones en el templo maya de Lubaantun que tenían como objeto hallar evidencias de la existencia de la Atlántida, y tasó su antigüedad en tres mil seiscientos años. Su hija Anna fue más allá, y hasta su muerte en 2007 afirmó que la calavera indujo en ella visiones de la cultura maya y que podía desatar fuerzas sobrenaturales.
Son atribuciones con las que cargan otras calaveras, como las que se conservan en el Museo del Hombre de París y el Museo de la Humanidad de Londres; o las que atesoran coleccionistas privados como el holandés Joke van Dieten Maasland, que cree que su cráneo le curó un tumor cerebral, o la tejana JoAnn Parks, que llama al suyo ‘Max’ porque el cráneo se lo aclaró (sic).