La novela con la que Charles Frazier debutaba en el año 1997, retomando una vez más la guerra de secesión, fue un éxito incuestionable que se ganó apoyos de críticos y lectores entusiastas. Lo hacía además, sin preocuparse por volver una vez más sobre lo mismo, saliendo airoso al dar una visión propia con que profundizar en la división fratricida de la norteamérica del siglo XIX. Para él, suponía encauzar todas las historias que se habían transmitido en su familia y con las que se había criado en su infancia en Carolina del Norte. Además, algunas de ellas venían de parte de su tatarabuelo y el hermano de éste (el auténtico W.P.Inman, en que se basa el personaje de Jude Law).
De aquellos relatos le interesaban particularmente el modo en que las personas de a pie se habrían visto afectadas en el intento de seguir llevando una vida normal, atrapadas en el fuego cruzado, víctimas inocentes de una lucha de bandos en que cualquiera de ellos podría ser igual de enemigo, igual de peligroso. Cómo esas luchas iban a cambiar el modo de ver las cosas, cómo las reglas sociales iban a alterarse y cómo afectaría después al apego de los estadounidenses a su tierra, eran las cuestiones que pretendía diseccionar utilizando a sus variados personajes para dar ejemplos con los que llegar a una visión general, desalentadora y deshumanizada.
Pero por entre ésta batalla salvaje, convertidos los hombres en piezas sin corazón de uno u otro ejército, dos personas enamoradas en la distancia cambiarían una lucha por otra, haciendo del reencuentro el motivo de sus vidas.
Volver a Cold Mountain
Anthony Minghella es uno de los lectores de la obra de Frazier, que consciente de sus hallazgos y de su repercusión, quiso adaptarla y dirigirla en nombre del cine con mayúsculas.
En el camino se habrán perdido muchas páginas, se habrán quedado muchas palabras que hablaban de emociones que una cámara no siempre puede captar. Pero en esencia sí ha recogido mucho de lo que el libro ofrecía, sirviendo pues la odisea de sus personajes, su lucha por la supervivencia, para a partir de secundarios que quedan por el camino mostrar algo de la realidad del momento.
Un brusco amorío forjado en apenas dos frases, unas pocas miradas, y repentinas declaraciones ampulosas que diría un escritor inspirado, pero no un mozo de labranza, son el vago preámbulo para una incombustible dependencia fundamentada en la espera y la lejanía de sus protagonistas.
La aportación de sus actores, no lleva a la excepcionalidad como podría sugerir alguna presencia como la de Nicole Kidman. Contenida en algunos tramos, diligente y creíble, su pulcritud física reluce mal en tiempos de guerra y relativiza sus grandes sufrimientos. Más extravagante el papel casi caricaturesco de Renee Zelwegger, emulando quizá la función de la oronda súbdita de Escarlata O'hara, su papel de zafia simpática desdibuja el escenario emocional con su aportación semicómica.
Entre tanto, los secundarios que irán apareciendo, tanto a lo largo del camino de Jude Law (destacando a Natalie Portman), como en la espera de Kidman y su súbita compañera, serán en gran parte responsables de lograr el cometido de reflejar las distintas reacciones ante la miseria, con la sola excepción gravosa del incoherente enemigo de videojuego nipón presente en la banda de malvados que acosa las proximidades de Cold Moutain.
Técnica y formalmente bien dotada, las escasas escenas de lucha que pretenden mostrarse sólo ocasionalmente, como simples añadidos a la hora de evidenciar más rasgos de crueldad -lejos de recrearse en tradicionales heroicidades de batalla- se desarrollan con la misma solvencia presente en toda la realización, siempre bajo infalible mano orquestal de Gabriel Yared, compañero que comparte con encargados de fotografia, montaje y vestuario el privilegio de repetir con Minghella después de El Paciente Inglés y El Talento de Mr Ripley, haciendo del viaje de reencuentro, una buena producción de las que por momentos optan a ser excepcionales.
Aunque acaba por quedarse en algo menos.