Son muy escasas las entradas de la cinematografía rusa en la cartelera española. Sin demasiada presencia en los certámenes europeos, habitualmente copados por filmes asiáticos y de oriente próximo, la producción rusa nos queda algo alejada salvando los estrenos de Nikita Mikhalkov (Ojos negros, 1987; Urga, el territorio del amor, 1991; El barbero de Siberia, 1998). Entre los pocos que nos visitan se encuentra el realizador Alexander Sokurov, cuya película El arca rusa (2002) nos impactó por su impresionante despliegue técnico, una de las características del realizador. En ella se repasaba la historia de Rusia visitando las salas del gigantesco museo del Hermitage… en un único plano-secuencia de casi 100 minutos.
En esta ocasión Sokurov apuesta por una historia más íntima y adapta los apartados técnicos y la puesta en escena al relato. Aleksandra (Galina Vishnekaya) visita a su nieto en un destacamento que el ejército ruso mantiene cerca de una ciudad chechena. Él es un destacado oficial y la única familia que le queda. Las incomodidades y dificultades del lugar y el momento no hacen perder a Aleksandra su natural vitalidad y, aunque cansada, lo recorre con curiosidad. Es aquí donde Sokurov demuestra acierto y sensibilidad al acercar la cámara al punto de vista ajeno y sabio de la protagonista. Los rostros y cuerpos de los soldados, su ingenuidad, los detalles de las armas y el mobiliario militar, el calor sofocante (muy bien expresado mediante la fotografía), la visita y la amistad con las mujeres chechenas de la ciudad vigilada… la reflexión de Aleksandra se traspasa al espectador de un modo fluido, a lo que ayuda sin duda la interpretación de la debutante actriz protagonista, soprano en la vida real y leyenda de la ópera rusa, aparte de viuda del genial violoncelista Mstislav Rostropovich.
Si el transcurso del relato se puede hacer algo moroso para el espectador habitual, más acostumbrado a las velocidades publicitarias y hollywoodienses, las dos secuencias finales alcanzan una inusual riqueza y expresividad como consecuencia de todo lo que hemos visto y sentido previamente. La despedida de abuela y nieto, en un bellísimo gesto filmado con sensibilidad por Sokurov donde el soldado trenza por última vez el pelo de Aleksandra, remarca el discurso del film sobre el desperdicio de juventud que supone participar en una guerra. El abrazo final de las mujeres chechenas con Aleksandra en la despedida del tren no hace sino confirmar que tenemos más cosas en común con nuestros enemigos de las que creemos.