Ni 'pretensiones', ni 'intenciones' ni 'lecturas' camuflan lo endeble de la propuesta a niveles elementales
Pide uno permiso al lector para justificar su opinión sobre El Incidente, octavo largometraje de M. Night Shyamalan, apelando al sentido común. Cualidad denostada habitualmente entre los críticos, obligados desde luego a extraer conclusiones más elaboradas que las propias de un aficionado que un viernes por la noche, mientras se toma una cañita y espía los escotes de sus amigas, despotrica contra una película de la que apenas recuerda ya el título escudándose, precisamente, en el “puro sentido común”; pero que deberíamos atender con urgencia en lo que vale dados los disparates propiciados por la actitud contraria: inferir sin orden ni concierto a partir de lo apenas entrevisto en pantalla con el objetivo de demostrarle al mundo lo sensible, agudo y original que es quien escribe la reseña de turno, frente a ese populacho que apenas ha sabido ver nada positivo debido a “nimiedades” como unas situaciones absurdas, unos diálogos de juzgado de guardia, unas interpretaciones lamentables, una realización paupérrima… en definitiva, esas características que siempre han convertido una película en bodrio y que, hoy por hoy, retorciendo lo suficiente el lenguaje, podrían constituir por ejemplo una metonimia irónica por parte del autor destinada a denunciar la artificialidad del medio, subrayada por una reinterpretación genérica de desarmante inocencia que a la vez cuenta con una perversa sabiduría estilística que induce palpitantes miedos atávicos y revulsivas lecturas sociopolíticas. “Un cineasta imprescindible […] una obra visionaria”.
Lo grave de estas vaciedades, que no exageramos al afirmar pueden redactarse sin pensar y extenderse sin esfuerzo cuantos párrafos necesitemos, no es ya que valgan para cualquier película, lo que termina por invalidar los juicios interpretativos y de valor. Es que ni siquiera precisan de película. El cine, como expresión formal, sobra. Lo importante es que el crítico logre agarrarse como un clavo ardiendo a un par de ideas que le atañan personalmente o le hagan quedar bien, que reafirmen su admiración por el director que ha decidido adoptar, que le faciliten rellenar tres párrafos en su revista sin riesgo de polémicas… Llegados al extremo —quién sabe si no pasará a veces— ni siquiera habrá hecho falta ver la película. Bastará con plagiar el pressbook o rebuscar en internet. O bien podría haberse tratado en su lugar de un libro, de una ópera o de un videojuego. El análisis de los elementos básicos que hacen del cine lo que es brilla por su ausencia. El espectador de a pie y el crítico de relumbrón unen sus destinos en una autocomplacencia ombliguista y subjetiva compartible únicamente con su propia tribu.
El lector que aún siga aquí (¡gracias!) habrá deducido ya que El Incidente nos ha parecido una película muy menor, por culpa de errores que no arreglan ni “las constantes” ni “las intenciones” de Shyamalan, incapaces de camuflar lo endeble de su propuesta a niveles esenciales. Sólo por su insistencia en determinadas referencias y obsesiones reconocemos en el guionista, productor y director de El Incidente al de El Sexto Sentido (1999), El Protegido (2000) y Señales (2002), interesantísimas películas que conjugaban una relectura absorbente de materiales fantásticos de derribo -gracias a lo extraordinario del tempo narrativo y la pericia técnica de Shyamalan- con unas atrevidas inquietudes metafísicas, desinhibidos pulsos referenciales con directores como Spielberg o Hitchcock y, sobre todo, una conciencia de relato que terminaba golpeando a sus personajes como una revelación, y que hacía disfrutar al espectador por partida doble de unas ficciones que no perdían un ápice de su fuerza aun desvelando sus mecanismos constructivos.
Por desgracia, en El Bosque (2004) y, especialmente, en La Joven del Agua (2006), Shyamalan se dejó devorar por una prepotente presunción autoral que hizo de ambas películas poco más que exhaustivos manuales de instrucciones para juegos cada vez más aburridos, artificiales y explícitos. La conciencia creativa le ganaba la partida a la ilusión. Uno se sintió con La Joven del Agua como cuando de niño tenía que soportar a varios adultos leyendo y comentando interminablemente las reglas de un juego de mesa que, para cuando iba a comenzar, era guardado en su caja porque se había hecho la hora de cenar.
El fracaso comercial de La Joven del Agua dejó a Shyamalan en una posición impensable cuatro años atrás, muy delicada, y aunque El Incidente es claramente un apaño, una revisión aceptable para los grandes estudios de otro guión suyo al parecer más complejo titulado The Green Effect, el cineasta al menos ha conseguido eludir por el momento proyectos más tristes, como filmar una entrega de Harry Potter o el inicio de otra de esas insoportables sagas basadas en libros para jóvenes, 'The Last Airbender'. No sabe uno hasta qué punto esa necesidad de revalidar su posición en Hollywood disculpa lo derivativo de El Incidente, una historia de resonancias apocalípticas deudora de Los Pájaros, La Guerra de los Mundos o la misma Señales, con un regusto a serie B más o menos voluntario dadas las restricciones presupuestarias.
Una historia que tras diez minutos fascinantes —no por casualidad explotados a conciencia en el trailer de la película— da paso a un encadenamiento tartamudo de explicaciones a la situación y a sus derivaciones metafóricas recitadas por actores muy poco inspirados a quienes solo falta dirigirse directamente a la cámara; a una serie de situaciones que confunden la extrañeza con la arbitrariedad del “pasa porque lo digo yo y a callar”; a unos golpes humorísticos y tensos de una zafiedad como nunca habíamos sufrido antes en el autor; a una moralina artificiosamente naif, como consecuencia reaccionaria, de difícil digestión; y, lo peor, a una realización -salvo genialidades puntuales- desmañada, como si Shyamalan hubiera abdicado de su proverbial virtuosismo para ganarse al público, sin darse cuenta de que tan solo ha dejado en evidencia lo más irritante de su cine. La Joven del Agua era tediosa, pero a nivel estrictamente visual contenía escenas brillantes. El Incidente es una chapuza que a veces provoca vergüenza ajena.
Habrá quien vuelva a defender a Shyamalan pese a que, incluso arguyendo cambios de rumbo o este peculiar momento de su carrera, sea muy difícil combinar la admiración por sus mejores películas y por El Incidente. Pero si el sentido común dicta sentencia respecto de esta película, su director se va a encontrar en un callejón sin salida.