En 1974, el psicólogo Stanley Milgram realizó en la universidad de Yale un experimento sobre la obediencia, con la intención de comprobar si personas totalmente “normales” estaban dispuestas a dañar a inocentes si una autoridad se lo ordenaba. Milgram constató que la culpabilidad de las personas se diluye en los grandes grupos y que, ante una autoridad, el miedo puede más que la compasión. Para Milgram la base de la obediencia está en la pérdida de responsabilidad. La persona se ve a sí misma como un instrumento que ejecuta los deseos de otra, una autoridad legítima, y que, por lo tanto, no actúa de una manera moralmente responsable sino como un agente de la autoridad externa.
El director estadounidense Tommy O´Haver, autor de Así es el amor y Hechizada, abandona el tono amable de sus obras anteriores para reconstruir con todo lujo de detalles un terrible e impactante suceso que conmocionó a Estados Unidos en la década de los 60. Sylvia Likens, una joven de 16 años, fue encontrada muerta en el sótano de una casa a las afueras de Indianápolis. La chica, hija de unos padres errantes, estaba bajo el cuidado de Gertrude Baniszewski, madre de seis hijos con graves dificultades económicas y mentalmente inestable. Alentados por esta y siguiendo su particular visión de la justicia y la educación, Sylvia soportó durante meses todo tipo de abusos y vejaciones por parte de los hijos de Gertrude y de algunos otros chicos del barrio ante la pasividad de muchos vecinos.
Sirviéndose de las declaraciones y las trascripciones del proceso judicial real, An american crime elabora un correcto relato sobre la banalidad de la violencia y la facilidad con la que el ser humano libera su conciencia cuando está amparado por un poder superior. A pesar de tratarse de una historia “basado en hecho reales”, la película resulta por momentos inverosímil. Ya se sabe, la realidad siempre supera a la ficción y el director elige sacrificar la credibilidad de la historia para mantenerse fiel a los hechos, sin poder evitar sin embargo una parte final algo confusa.
La mayor virtud del film reside sin lugar a dudas en sus dos actrices protagonistas, Ellen Page demostrando que ha conseguido liberarse de la adolescente embarazada y prematuramente madura Juno y, muy especialmente, Catherine Keener, una actriz acostumbrada a pasar desapercibida que logra alejarse de las malvadas de cartón piedra y dotar a su difícil y controvertido personaje de la mezcla perfecta de vulnerabilidad y maldad, consiguiendo que el espectador no justifique ni exculpe su comportamiento, pero sí que pueda llevar a comprenderla, a entender a una madre con demasiada responsabilidad sobre sus hombros cuya equivocada percepción de la educación le lleva a destrozar la vida de demasiadas personas.
Al visionar An american crime y comprobar hasta donde es capaz de llegar la crueldad humana, el desolado espectador trata de convencerse de que, en una situación similar, él reaccionaría de diferente manera, más humana, más civilizada. Sin embargo y a pesar de la libertad de elegir, deja pensar en lo que condiciona a una persona el ambiente que le rodea y en el que ha sido educado. Ubicada perfectamente en la época que refleja, obliga también a preguntarse por la inocente crueldad de los niños y por la habitual pasividad de los adultos, poniendo de manifiesto, una vez más, el irreparable daño que la idea de que es mejor no meterse en problemas domésticos ajenos ha causado en nuestra sociedad.